La elección de los obispos


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Todas las instituciones deben abordar – resulta fundamental para su buen funcionamiento – el problema de la selección de sus líderes. También la Iglesia. Para el nombramiento de los obispos, la institución eclesiástica tiene un sistema informal de larga tradición, que ha funcionado bastante bien.

El estudio de los posibles candidatos, de hecho, en la actualidad incluye una amplia consulta a los clérigos que ocupan posiciones de autoridad, pero también a los laicos que colaboran con ellos o simplemente los conocen. Se trata, por tanto, de un coro plural de voces informadas.

Sin embargo, en general, entre los consultados, no hay mujeres. Ni una religiosa que los conozca bien – y ciertamente existe más de una – ni una laica que haya trabajado con ellos. Tampoco la persona que suele ayudarles en la vida cotidiana, con frecuencia una monja, alguien que seguramente les puede conocer muy bien, especialmente en lo que se refiere a su  comprensión de los demás y de su capacidad de misericordia.

Una elección que parece dar a entender que las mujeres no son capaces de comprender los dones de un hombre como para juzgar su capacidad para desempeñar un papel importante como el de obispo. En su lugar, las mujeres sin duda entienden mejor  lo que podría llamarse el lado menos oficial de la personalidad, o lo que es lo mismo, la capacidad para relacionarse con los demás, para verlos y aceptarlos. Todas las cualidades necesarias para dirigir una diócesis con la autoridad y la humanidad.

Las mujeres, además, tendrían una ventaja añadida en este papel de los consultoras: la libertad. Al no poder hacer carrera en la Iglesia, su juicio, sea positivo o negativo, no está condicionado por proyectos personales, la esperanza de un apoyo mayor o el temor a la competencia. Las mujeres son libres de pensar sólo en el bien de la Iglesia y casi siempre lo hacen.

La situación actual, que las lleva a estar excluidas de estas consultas, es en la práctica humillante e injusta, y no corresponde a la realidad: tanto las religiosas como las seglares que participan en la vida de la iglesia son indispensables para el buen funcionamiento de una diócesis desde muchos puntos de vista. ¿Por qué, entonces, se las considera sólo meticulosas servidoras que deben obedecer sin participar en las elecciones?