Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

La Encarnación continúa


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Llega Navidad, fiesta en que celebramos el nacimiento de Jesús, el hijo de María. Parece obvio, pero estamos llegando a una situación en que va a ser necesario recordarlo y aclararlo, para que las nuevas generaciones sepan el porqué de tantas iluminaciones y canciones especiales, llamadas villancicos: ese Niño que nace es el Mesías, el esperado de los tiempos, el Salvador del mundo, el Hijo de Dios hecho hombre.



Y conviene también recordar que Navidad es un momento del proceso de encarnación que se inicia en el seno de María, continúa en el nacimiento de Belén y se prolonga en cada uno de nosotros.

Navidad es siempre y en todas partes, solemos decir cada año; no es solo un acontecimiento histórico puntual, sino el momento en que se hace visible el Dios encarnado, el Dios-con-nosotros, el Emmanuel.

Nosotros no vamos a encarnar la Palabra en el vientre como María; pero sí podemos, y debemos, concebirla en la mente y en el corazón, como María había hecho ya antes de gestar la persona de Jesús.

Belen_Melilla

“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Sí, la Palabra de Dios, que tomó carne en Jesús de Nazaret, quiere seguir haciéndose carne en cada persona, en nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.

Podemos decir, pues, que la Encarnación empezó en Jesús, el hijo de María, pero que continúa en la Iglesia –que es el cuerpo de Cristo–, en cada uno de nosotros y en toda la humanidad.

Dignidad

De ahí viene y se deriva la dignidad de toda persona humana, dignidad que es inviolable e inalienable, dignidad que nace en Navidad y dura para siempre, que surge en Belén y se hace universal. Y es en Belén, en la encarnación del Hijo de Dios, donde encuentra su fundamento último la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aunque la humanidad haya tenido que esperar más de 1900 años para verlos escritos, publicados y aceptados casi unánimemente por todos los países del mundo.

El lema ‘Liberté, égalité, fraternité’ de la Revolución francesa se regó con agua de la capa freática del Evangelio, aunque sus creadores no se dieran cuenta o no quisieran reconocerlo. El ideal de la fraternidad humana estaba ya en ese pesebre en el que nació Jesús, porque desde que el Hijo de Dios se hizo hombre, todos somos hermanos.

La Navidad llega, la Encarnación continúa.

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