Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La encarnación de la Navidad


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Probablemente muchos hemos sido contagiados con las imágenes románticas del pesebre y todas las figuritas que lo suelen acompañar. Cantos, luces, pastores son reseñas bucólicas que distan mucho de la realidad de ser niños recién nacidos en un portal con olor a animales, con un frío punzante, con la incertidumbre y el temor de la oscuridad acechando sin parar. Encarnar la Navidad no es solo intercambiar regalos ni reunirse con los seres queridos a compartir la vida y la mesa, sino también hacer propia la vulnerabilidad de un Dios que se abaja hasta lo más frágil y pobre para ser uno con nuestra humanidad.



Recién nacidos

Obviamente ninguno de nosotros lo recuerda, pero alguna vez fuimos niños recién nacidos y solo atinábamos a dormir, contemplar nuestro alrededor, dejarnos amamantar y llorar cuando algo no nos parecía del todo bien y/o queríamos algo más. Realmente vale la pena como meditación personal acercarse a un niño pequeño y contemplar su cuerpo y su forma de interactuar. Todo es tan chiquitito, perfecto, vivo y lleno de potencial, que es como apreciar un cometa a punto de partir a volar. Es como una flor antes de expandir sus pétalos, con todos sus colores y aromas contenidos para no explotar. Es conmovedora su suavidad, su transparencia, su brillo, su expresión, su aroma, su gorjeo… hasta su llanto puede ser música angelical. Todo en un recién nacido es lindo y exuda gozo, dicha y libertad, provocando en quien lo ve un torrente de amor y gracia que no se puede frenar. Toda esa belleza exultante, sin embargo, va acompañada de una fragilidad infinita. Un movimiento brusco, un cambio de temperatura, una mala alimentación, un descuido, pueden matar al niño y truncar todo su potencial. Se marchita la flor, se apaga el cometa, se muere el proyecto de Dios.

Renacer como el Señor

Ninguno de los signos que nos dejó Jesús son casualidad, sino maravillosas diosidencias para mostrarnos el camino y la verdad. Cada uno de nosotros puede haber nacido biológica y familiarmente en una cuna mejor o peor, recibiendo muchos o pocos cuidados, pero todos sin excepción, en la mitad de la vida, estamos llamados a renacer en un pesebre como lo hizo el Señor si es que queremos alcanzar nuestra realización plena y aportar a la sociedad. Al igual que los niños que observamos en la realidad literal, podemos vernos a nosotros mismos recuperando nuestra singularidad, nuestro ser, el proyecto original, liberándonos del ego que ya no nos sirve más. Podemos respirar más tranquilos, volver a jugar, desapegarnos de lo tóxico y nutrirnos de lo esencial. Podemos reconectarnos con lo simple, con la belleza, con la tierra, con la transparencia y con la trascendencia del espíritu…un gozo sin igual. Sin embargo, ese proceso, también implica reconocer nuestra vulnerabilidad y el cuidado de los demás. Debemos asumir nuestras pobrezas y las “bestias” que nos habitan. Además, cualquier brusquedad, torpeza o mala decisión tiene consecuencias graves en el desarrollo vital.

Nacer nuevamente en el espíritu es una bendición, pero renacer en un pesebre pobre y oscuro duele, da miedo y son muchos los que quieren evitarlo y arrancar. Para encarnar la Navidad habrá que aferrarse entonces a la certeza de que estamos en las manos de la Virgen y que el Señor hizo este camino para mostrarnos la salvación de nuestra alma y el de la humanidad. Como “niños” tendremos que pedir ayuda a otros que ya hayan pasado por este tránsito y que sepan cómo aliviar la tristeza y la soledad. Habrá que nutrir bien el alma para que tenga fuerzas para crecer y sortear los tropiezos y la adversidad. Habrá que irse un rato a Egipto para consolidar nuestro “crecimiento” y no exponernos sin necesidad. Todo proceso se toma su tiempo y lo debemos respetar. Lo único que no podemos es abortarlo porque es una vida que el mundo necesita y de ella depende su propia dicha y la felicidad de los demás.

Bebés_vulnerables

Signos para ayudar

Algunas imágenes de los recién nacidos nos ayudarán a vivir mejor este proceso de evolución humana:

  • Acurrucar: Dejarse apapachar y acariciar por otras personas queridas es fundamental para que el proceso se pueda desplegar con seguridad y afecto.
  • Dormir: los niños recién nacidos duermen muchas horas y con ello nos enseñan la necesidad física de descansar sin subestimar el gran desgaste psico-emocional que supone este proceso. Darse tiempos de ocio y relajo de acuerdo con los intereses y gustos de cada cual es una gran ayuda.
  • Amamantamiento: Dejarse nutrir por alguna persona sabia, buena y alegre que aconseje, consuele y aliente en los momentos más duros, es justo y necesario. Una “madre” incondicional que esté cerca, pero sin ahogar.
  • Limpieza: Un buen aseo espiritual es clave en el cuidado de un recién nacido. Limpiar los malos pensamientos, las autosugestiones negativas, las rumias mentales siempre hará bien.

Si hoy sientes que estás encarnando la Navidad o tienes a alguien cerca que lo está haciendo, recoge con ternura y cuidado a ese niño/a, abrázalo y acúnalo para que siga adelante con amor y con paz.