La espina de fray Agrelo


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El monotema me ha impedido hablar de Santiago Agrelo hasta ahora y no quiero retrasarlo más, quizás porque sirve también para hablar del monotema, pero de otra manera: desde el Evangelio, una perspectiva un tanto olvidada al abordar los abusos. Sí, ese monotema que, como una especie invasora, acapara todo el discurso sobre la Iglesia.

De Evangelio les habló el arzobispo franciscano de Tánger a la vida religiosa española hace unas semanas y aquello se me quedó atravesado como la espina de merluza que a Julio Cortázar le producía la palabra antología. Agrelo les cantó las cuarenta a los consagrados que le escuchaban, entre embelesados y asustados, cuando les preguntó qué habían hecho con el Evangelio para haberlo aguado y desencarnado.

Les repitió tantas veces lo del Evangelio, les repitió que todo pasaba por volverse hacia él, les conminó tantas veces a bajar a donde él invita a descender y a mancharse las manos con la única suciedad que redime desde él, que daba la impresión de que religiosos y religiosas –y no solo ellos, añadiría yo– lo tenían atravesado en una garganta que hacía tiempo que se había quedado muda.

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Clamaba el franciscano por una “santa desamortización” para quitarnos de tanta tontería, intuyo que por las cuestiones fiscales. Bueno, esto es una interpretación personal, pero quiero creer que era para que nos ocupásemos de lo nuclear, que es amar a fondo perdido y perdidos con los que están en el fondo.

Y en el fondo del pozo siguen las víctimas, porque asusta ir hasta allí, pues el Evangelio se vuelve espina al recordar lo de las piedras de molino, sin caer en la cuenta de que, también desde ahí, se ayuda a salir echando mano de las piedras que tirarán los que nunca han pecado.

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