Desde que ando más metido en política, hay una palabra que no dejo de encontrarme por todos lados pero que me satisface de manera inversamente proporcional a lo que la escucho. Se trata del término “estrategia”.
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Entiendo que toda actividad humana, también una tan compleja y decisiva como la política, tiene necesidad de planificar los caminos para conseguir los objetivos que se proponen. Organizar unas buenas vacaciones, enfrentar un reto deportivo, mejorar la producción de un terreno agrícola o conseguir unas metas académicas… necesita estrategias. Lo pernicioso es cuando estas… se absolutizan y/o se anteponen a los objetivos legítimos que persiguen.
En ese sentido, es doloroso comprobar cómo por todos lados, partidos y personas políticas planifican tácticas que, muy a menudo no tienen más fin que el de imponerse a los rivales, generar adhesión fanática de los propios partidarios y buscar resultados electorales. Nada de eso tiene que ver con la búsqueda del bien común y la mejora de las condiciones de vida de la sociedad y su ciudadanía, que debiera perseguir la práctica de la función política.
Cuando ganar es perder
Ejemplos de lo que digo los tenemos a miles en toda la escena política local y mundial.
Las recientes elecciones europeas nos han dado algunos notables, y hemos podido comprobar cómo ciertas estrategias populistas han vuelto a ser factores “ganadores” para algunos… pero, sin duda, una enorme pérdida para toda la clase política, su credibilidad, su honestidad y su sentido.
Así mismo, por desgracia, hoy parece evidente que las invasiones de Ucrania y Gaza, así como muchos conflictos bélicos no responden a las intenciones y objetivos que se confiesan -salvaguardar la seguridad de los estados, por ejemplo- sino a planes menos confesables como la expansión económica, la comercialización de las armas, el control de los recursos energéticos o las muestras de fuerza para mantenerse al frente de un gobierno o mejorar la posición en el tablero geopolítico. Y con todas ellos… pueden ganar los estrategas… pero está claro que pierden la humanidad y muchas personas inocentes.
Más cercano, en la política nacional, no es difícil detectar como las formaciones políticas implementan maniobras encaminadas a desprestigiar a los contrarios, reavivar el enfrentamiento ideológico “guerracivilista”, movilizar desde el miedo o el rechazo, o cualquier otra iniciativa que mejore las expectativas de voto en un electorado aborregado, cansado o desafecto.
Estrategia ganadora
Frente a todo eso, es hora de reivindicar la única “estrategia ganadora”, aquella que consigue que todas las personas, independientemente de tendencias ideológicas, raíces culturales o cualquier otro factor diferencial… vivan con la dignidad que le es debida, las oportunidades que necesita y el bienestar que merece.
¿Es tan difícil que nuestra clase política abandone intereses particularistas, y opte por sentarse junta -sean de un color o de otro- para buscar las mejores soluciones a los problemas que vive la sociedad?
Algunos me responderán que sí, que es muy difícil y que a la historia se remiten.
A ellos, dejadme que les diga que también existe una estrategia que puede darle la vuelta a la historia: la de la búsqueda sincera y valiente, veraz e inteligente y que saca lo mejor del ser humano. Pero, ¿quiénes están dispuestos a ello?
Exigirle eso a nuestros/as representantes es responsabilidad de cada uno/a de nosotros. Y rechazar lo contrario también.