Buscando entre mis escritos una información para un trabajo que estoy actualmente adelantando, y mientras pensaba en un tema para este blog, tropecé con una página que, debidamente reencauchada, quiero compartir acerca de la fe. ¿Creer lo que no vemos porque Dios lo ha revelado, como la definía el viejo catecismo del padre Astete? ¿Un asentimiento o aceptación intelectual de verdades incomprensibles que se asociaba con la salvación eterna?
Muchas personas así entienden la fe y se enfrentan a serios conflictos, particularmente cuando las verdades de la fe se enfrentan a las verdades científicas. Quizá porque en otras épocas se entendió la fe como aceptación de verdades, además de que se consideraba como asunto privado. Y consiguientemente, desde una comprensión individualista de la salvación se propiciaba un espiritualismo utilitarista según el cual la religión “servía” para conseguir la salvación en la otra vida, lo que, a su vez, dio lugar a inmovilismo y pasividad en espera de una recompensa futura.
Volver los ojos
Tal vez, porque la fe había dejado de alimentarse en la primera experiencia cristiana que es la experiencia de Jesús y sus discípulos. Pero en épocas más recientes, al volver los ojos hacía los orígenes de la fe, la teología recordó que la fe es la aceptación del amor de Dios y que la respuesta a ese amor es un estilo de vida, una forma de relacionarnos con las demás personas. También que la fe es una experiencia y no un asunto intelectual. Y en este orden de ideas, hay que hablar de la experiencia cristiana de Dios.
Experiencia que, como en todas las religiones, toca al núcleo más interno del propio yo y se irradia a todos los rincones de la vida; se vive en la comunidad y se proyecta a la comunidad; responde a circunstancias históricas desde las cuales se descubre la presencia de Dios, se interpreta y se expresa en las mediaciones propias de cada momento histórico.
Al estilo de Jesús
Pero que, a diferencia de otras religiones, la experiencia cristiana de Dios se vive al estilo de Jesús, que revela cómo es el amor de Dios: del Padre Dios; experiencia que transforma a las personas y las relaciones entre ellas; experiencia que pasa por la Iglesia, como comunidad de bautizados y bautizadas que prolonga en la historia la acción realizada por Jesús. Y que por ser experiencia de Dios como Padre es, al mismo tiempo, experiencia de fraternidad, que se traduce en solidaridad, en servicio, en tolerancia, comprensión y respeto hacia quienes actúan o piensan diferente, como también en compromiso político para hacer realidad la justicia, la libertad y la paz.
Y bueno, esta vez el tema del blog no fue un comentario de actualidad como procuro hacerlo todas las semanas. El tema fue la fe, que creo que siempre tiene actualidad.