Parece bastante evidente que todos buscamos en nuestras vidas la felicidad. Si entendemos esta tal y como lo hace el diccionario de la Real Academia de la Lengua: Estado de grata satisfacción espiritual y física. La cosa es más evidente. ¿Quien no desea esto? ¿Quien no quiere estar satisfecho con su vida?
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Alcanzar la felicidad es un camino difícil y que no todos logran. Las distintas religiones e ideologías nos dan caminos que pretenden ser los mejores para llegar a ella. La espiritualidad economicista no se queda atrás en ello y también nos ofrece un camino de salvación, una senda que recorrer para lograr esa ansiada felicidad. El bienestar es la clave de este recorrido y en la medida que lo logremos la felicidad estará a nuestro alcance.
El bienestar, siguiendo con el diccionario de la RAE, es la“vida holgada o abastecida de cuanto conduce a pasarlo bien y con tranquilidad”. El bienestar se alcanza gracias a que tenemos un abastecimiento de bienes que sea suficiente para tener esa vida tranquila que nos permita pasarlo bien. ¿Es esto o no la base de la felicidad?
Cuando la espiritualidad economicista nos remite al bienestar señalándolo como el camino adecuado para alcanzar la felicidad, está diciéndonos que lo que tenemos que hacer para ser felices es tener más cosas. Solamente así podremos incrementar nuestro bienestar ya que este depende de aquello que tenemos. Esta espiritualidad intenta lograr un anhelo infinito, como es la felicidad, con bienes y servicios que son finitos, con aquello que tenemos o que podemos adquirir o disfrutar.
Sin embargo, la promesa de la felicidad a través del bienestar es falaz. Si bien un mínimo de bienestar es imprescindible para poder llevar una vida plena y feliz (si no tenemos ni para comer, difícilmente vamos a poder tener una vida grata espiritual y físicamente) buscar la satisfacción solamente en el tener más cosas, resulta un esfuerzo vano por dos motivos principales. El primero porque siempre vamos a poder tener más y esto provoca una insatisfacción continuada en la medida que nunca estamos saciados.
El segundo tiene que ver con la vida espiritual. Encontrar el sentido de la vida, sentirse a gusto con uno mismo, llevar una vida integrada entre lo que hacemos y lo que pensamos, no puede lograrse con propiedades, con cosas, con experiencias… Solamente se logra con un camino de interiorización que poco tiene que ver con nuestras rentas y propiedades.