Hace muchos años, cuando todavía el móvil o celular no se convertía en la usual cámara fotográfica, pedía a mis alumnas de filosofía que sacaran de sus bolsos la foto que, seguramente, tenían de una persona amada.
- PODCAST: Las mujeres van un paso por detrás… por ahora
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Pequeños retratos de señores -el esposo-, de jóvenes -el hijo- y de bebés -el nieto-, aparecían en la mesa del salón de clases, depositadas por mujeres que tenían una inmensa sonrisa en el rostro, al explicar el nombre, la edad y las hazañas de quienes aparecían en las estampas.
La dinámica me servía para explicar algo tan complejo como la subjetivización de los objetos. Éstos podían adquirir un significado diferente dependiendo de quien se acerque a ellos. La mecedora que mi padre le fabricó a mi madre, y que tiene más de 50 años, representa para mí un valor inmenso, pero si la quiero vender en un bazar de garaje quizá no obtenga mucho dinero por ella.
Como mis amigas ponían cara de “¡no entendí nada!”, les pedía que tomaran la fotografía que habían compartido con el grupo. Les preguntaba: “¿de quién es esa imagen?”. “¡Del niño más bello del mundo!”, respondía la clásica abuelita orgullosa. “¿Y el bebito está aquí, de manera presencial?”, le replicaba. “¡Claro que no. Está con sus papás!”. Provocador, tomaba el retrato y le decía: “Entonces, si tu nieto no está en esta ilustración, puedo pisarla y hasta romperla?”. “¡De ninguna manera! -reaccionaba con gran molestia la estudiosa de la filosofía-. No está física, pero sí simbólicamente“.
La lección estaba aprendida. Los objetos pueden tener un valor que va mucho más allá de lo material, dependiendo de lo que los sujetos introduzcamos en ellos.
La historia viene a cuento porque los obispos mexicanos, al convocar a una ‘Jornada de Oración por la Paz’, han invitado a los fieles a llevar hoy domingo a los templos las fotografías de personas amigas o familiares que se encuentran desaparecidos.
Quizá no haya otro momento semejante en donde una imagen pueda representar tanto: la presencia misma de quien se llevaron hace tiempo, y no se sabe ni siquiera si sigue vivo o no.
Pro-vocación
¿Por qué le tiene miedo el Vaticano al proceso sinodal alemán? En la reciente advertencia, en la que se pide a los germanos no iniciar un camino de reformas que pueda llevar a una ruptura -como la de Lutero, hace 500 años-, se manifiesta ese temor. Entiendo que todavía no llegan a Roma los resultados de las consultas que se han venido haciendo, desde el año pasado, en todo el mundo. Espero que los temerosos curiales vaticanos no se sorprendan cuando vean que las propuestas alemanas se repiten en muchas iglesias locales.