La brutal invasión de Ucrania y el posible genocidio que está cometiendo Rusia, con la complicidad de una red de dictaduras del mundo, no es solo el resultado de un estado ruso fallido, sino de una civilización fallida. A la vez, el Espíritu suscita en el corazón de millones de mujeres y hombres un movimiento samaritano que no mira hacia otro lado, sino que va a buscar al herido a las fronteras y le acoge en su propio hogar y vida. El fenómeno es muy impresionante, lleno de nombres propios de gente común.
- PODCAST: Una nueva teología con mirada de mujer
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Está sucediendo en todas las ciudades, desde las mismas fronteras ucranianas hasta los finisterres europeos, los puntos más lejanos de Irlanda, Bretaña, Galicia o Lisboa. Héctor y Paulo, dos gallegos de Castroverde, en Lugo, viajaron seis mil kilómetros en sus coches para traer a sus hogares a nueve refugiados. Christopher, un enfermero bretón, condujo cinco mil kilómetros y acogió a una familia.
Quince irlandeses trajeron con ellos a 70 ucranios a los que han alojado en casas de amigos, vecinos y conciudadanos. Cincuenta voluntarios en 23 coches formaron otra caravana que partió en marzo de Lisboa para dar una vida temporal a más de cien refugiados en Portugal.
Unen sus vidas
Miles de ciudadanos están cruzando todo el continente para ir a buscar a extraños y ofrecerles convivir en su propio hogar familiar. Decenas de miles de hogares están acogiendo refugiados ucranianos con quienes comparten sus casas, familia, comida, dinero, enseñan sus lenguas… No solo envían dinero o mensajes por redes sociales, sino que se dan a sí mismos, unen sus vidas.
La encíclica ‘Fratelli tutti’ nos instó en el otoño de 2020 a refundar la civilización humana del siglo XXI sobre los principios de fraternidad y amistad social, y este es un signo de los tiempos que sopla en esa dirección.