La Gracia que me hace


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Con alguna frecuencia mis amigos comentan que no les hace ninguna gracia mi modo de dialogar en público. Ya que no asumo posturas fijas y prefiero razonar en cada caso, me tachan tanto de intolerante como de permisivo. Para algunos soy conservador como para otros soy libertario. Hay quienes juran que soy homófobo y quienes aseguran que soy el buga más pro-gay que conocen. Y en estas épocas me preguntan si soy izquierdista o derechista. Creo que todos tienen razón en que soy medio intenso. Después de múltiples debates de todo tipo, te confieso que a veces reflexiono más sobre nuestra capacidad de diálogo, que sobre el contenido mismo de las conversaciones.

Se nos atora el diálogo porque que hay un sinnúmero de trampas para nuestra atención, entendimiento, razonamiento y reflexión. Hay baches ocasionales y vacíos formativos, tormentas accidentales y emboscadas intencionales. Y también a veces pensamos que sólo la Lógica nos basta. En primer lugar, pienso que es de sabios cambiar de opinión cuando la ocasión lo amerita, y que nadie está exento de ser partícipe en un malentendido. Sólo con aclarar términos antes de ponernos a discutir nos ahorraríamos muchísimos pleitos que son sólo aparentes.

Segundo, confundimos implicaciones con intenciones. Y cuando las implicaciones de lo que dice el otro no convienen a nuestros intereses, asumimos mala voluntad de su parte y empiezan los tropezones. Por si fuera poco, saltamos a las conclusiones. En tres décimas de segundo transitamos de la primera impresión al juicio de valor condenatorio. De que no me gustó su corbata a la devaluación del otro porque es un… (coloca tu etiqueta favorita).

“Envenenar el pozo”

Afortunadamente, Aristóteles creó el magnífico sistema de la Lógica, que sigue vigente después de casi 2,300 años. La lógica (García, 2010) nos permite argumentar con orden, razonar sobre las últimas causas de las cosas y también aprender a distinguir falacias, es decir, trampas intencionales al razonamiento. Personalmente no dejo de aprender y espero algún día razonar medianamente bien.

Tercero, en el diálogo virtual nos pintamos solos para ponernos emboscadas intelectuales. Una de las más comunes consiste en “envenenar el pozo”, es decir iniciar un debate insultando a los partidarios de la postura contraria. Quien ha sufrido por falta de agua potable, sabe que envenenar un pozo no tiene nada de gracioso y para ello pongo dos ejemplos recientes a tu consideración. Uno, el de la campaña con motivo del Día Mundial a Favor de la Inclusión que dice: “Usted no tiene miedo, ni es homófobo. Usted es un imbécil.” ¿Cómo puede distorsionarse una genuina lucha de inclusión al punto de segregar a todo aquel que no se adhiera inmediatamente a su postura? Contradictorio, absurdo y obviamente infructífero.

Dos, el debate electoral actual centrado en descalificaciones mutuas. Léase “mafia del poder o pejezombie”. Sus partidarios están empeñados en hacer ver mi decisión de voto como escoger entre hacerle el caldo gordo a la cúpula del crimen organizado o engrosar una horda de muertos vivientes descerebrados. ¿Y se supone que estas plataformas son de regeneración y progreso? La verdad es que como no apetezco plomo, plata, ni tacos de sesos, me rehúso a beber de ese pozo.

La superioridad moral

Para terminar te comento que justo ayer, cuando le iba a dar gracias a Dios por no ser aprendiz de gánster ni chairo, caí en cuenta del riesgo más grave de todos. Es el de intoxicar mi conciencia con la pócima de la superioridad moral, envolviéndome en el manto fariseo de la conducta intachable (Lc 18,9-16). Con ello, podría olvidarme que una cosa es escalar trabajosamente por la escalera del razonamiento y otra cosa muy distinta recibir Misericordia gratuita, no por mis méritos. Aun suponiendo que tuviera razón en algún punto concreto, ese desplante extinguiría la posibilidad de aprender con otros, dar espacio al cambio interior y permitir que Alguien me rescate en el futuro. La soberbia encierra en laberintos de creación propia.

¿Entonces qué? –quizá me preguntes– ¿Renuncio a mi propia capacidad crítica? Para nada, la Lógica tiene su valor para resolver problemas y enderezar acciones. Pero resulta insuficiente para generar encuentro o recuperar relaciones, pues sólo la Misericordia aporta consuelo. Cada cual tiene su espacio, la primera es tesón al auto forjar la razón, la última es gratuita al optar libre por un “Sí. Quiero”. Nuestra convivencia diaria requiere claridad de ideas, lógica robusta, humildad para el encuentro y apertura a la Gracia. Si te fijas estas cuatro cosas residen en tu interioridad y en la mía. Son previas al intercambio en la relación, a la convivencia organizada y al resultado que observamos en el espacio social. Nada ni nadie nos impide avanzar, así que podemos iniciar ya mismo.

P.S. Si mi argumento sobre la Misericordia te sonó a un hermoso cuento, pero cada vez que batallas para recuperar la calma más hiel sofoca tu aliento, te invito contemplar esta posibilidad: así como bastó una gota de veneno para terminar con una conciencia podrida, pide media gota de Gracia y podrás sanar cada herida (Is 58, 8-9). Date permiso en tu intimidad personal e inténtalo. De verdad, solo inténtalo.

 

Referencia: García, F. (2003). Lógica formal para principiantes. Cd. México: UNAM.