Si hay algo que cualquiera que cubra el Vaticano debe saber a estas alturas es que nunca se puede decir que una historia no se puede volver más surrealista porque, créanme, siempre puede. El martes, el veterano periodista vaticano Edward Pentin, quien publicó la historia sobre la carta-bomba del arzobispo Carlo Maria Viganò acusando al Papa de encubrir las acusaciones de abusos contra el excardenal Theodore McCarrick y pidiéndole que renunciara, añadió un giro nuevo a la narración.
Según Pentin, “Viganò se ha escondido y teme por su vida después de la publicación de su testimonio”. Supongamos que esto es cierto. Será el resultado, o bien del estrés unido a una imaginación desbordante, o que Viganò tiene razones reales para temer por su vida. En cualquier caso, es otra vuelta de tuerca en lo que ya de por sí es un guión sorprendente.
Aparte de esto, hay dos capítulos más de la historia en las últimas 48 horas. Primero, algunos obispos americanos (y uno de Kazajistán) han comentado sobre las acusaciones de Viganò y en algunos casos, el tono ha sido increíblemente contundente. El obispo Robert McElroy, de San Diego, ha dicho: “En la selección de obispos atacados, en sus claros esfuerzos por saldar cuentas personales, en su omisión de cualquier referencia a su propia participación personal en el encubrimiento de los abusos sexuales, y más profundamente, en su odio hacia el papa Francisco y todas sus enseñanzas, el arzobispo Viganò subordina de manera clara la búsqueda de la verdad al sectarismo, la división y la distorsión”.
Obispos a favor y en contra
Mientras, el obispo Robert Morlino, de Madison, Wisconsin dice: “Los criterios para unas alegaciones creíbles están más que cumplidos y hay una investigación en curso de acuerdo con los procedimientos canónicos adecuados… Debo confesar mi decepción cuando, en sus comentarios a la vuelta de Dublín, el Santo Padre escogió la línea de ‘sin comentarios’ al hablar de las conclusiones que se podían sacar de las alegaciones de Viganò. Además, el Papa dijo que dichas conclusiones deberían dejarse a la “madurez profesional” de los periodistas. En EE UU, y en cualquier sitio, de hecho, pocas cosas son más cuestionables que la madurez profesional de los periodistas”.
En general, el marcador por ahora está en cuatro obispos que hablan en defensa del Papa (Cupich, de Chicago, Tobin, de Newark, Wuerl, de Washington –los tres cardenales–, y McElroy), frente a seis que apoyan a Viganò (Konderla, de Tulsa, Olmsted, de Phoenix, Strickland, de Tyler, Chaput, de Filadelfia, Schneider, de Kazastán, y Morlino). Para hacer el cuadro completo, aquellos cuyas declaraciones se decantaban a favor del Papa, también respondían a las alegaciones en su contra que aparecían en la carta de Viganò.
El cardenal Daniel DiNardo, de Galveston-Houston, en nombre del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal de EE UU, publicó una cuidadosa declaración que pedía una investigación pero que no tomaba parte. El arzobispo Vigneron, de Detroit, hizo unas declaraciones que parecían deliberadamente neutrales. También hace pocas horas, algunos de los consejeros en la sombre de Viganò han salido a la luz. Tim Busch, abogado católico americano y figura relevante en varios círculos de Iglesia, ha confirmado que había hablado con Viganò antes de hacerlo público. El veterano escritor vaticano Marco Tossati comentó que pasó tres horas con Viganò afinando la declaración, y otro periodista italiano, Aldo Maria Valli, dijo que habló con Viganò en una cena.
¿Es un ataque político?
Lo que es fácilmente visible es que la reacción de los obispos, por lo menos hasta ahora, se desarrolla en las líneas ideológicas previsibles: cuanto más liberal un obispo, menos creerá a Viganò y viceversa. Y lo mismo con la gente que aconsejó a Viganò y los medios que publicaron su documento por primera vez. Todos tienen unos credenciales fuertemente conservadores y ninguno son expertos reconocidos o adalides de las reformas en lo que a abusos sexuales se refiere. Todo esto echa leña al fuego para aquellos que sugieren que este es un ataque político.
Los supervivientes de los abusos claramente tienen dudas. Peter Isely, por ejemplo, que fundó el grupo ‘Terminar con el abuso del clero’ dijo lo siguiente: “Esta es una lucha interna entre facciones de la Curia que están explotando la crisis de los abusos y a sus víctimas como efecto palanca en la lucha de poder en la Iglesia. La crisis de los abusos sexuales no es si este u otro obispo es liberar o conservador. Es proteger a los menores, es la rendición de cuentas por parte de los obispos y la justicia para las víctimas”. Nada de esto, por supuesto, significa que la acusación central de Viganò no sea realmente seria, o que no merezca una investigación transparente y fiable.
Finalmente, aquí una predicción en medio de una situación fluida y muy poco predecible: pase lo que pase, la respuesta del papa sobre Viganò en el viaje papal, probablemente no será suficiente a largo plazo. Aunque el Papa escogió la opción de “sin comentarios”, realmente dijo más que suficiente para sugerir que no encontraba el documento creíble. No obstante, no se metió en el meollo del asunto que es lo que él sabía y cuándo lo supo.
Seamos claros: se acusa a un Papa de estar personalmente involucrado en un encubrimiento de abusos sexuales, y le acusa un alto empleado vaticano que estaba en posición de conocerlo. Si alguien piensa que los medios de comunicación a nivel mundial no van a perseguir esa historia con la máxima agresividad –aún a sabiendas que derribar a un Papa será infinitamente más impactante que lo que hizo el Boston Globe en 2003 derribando al cardenal Bernard Law, ganando un premio Pulitzer e inspirando una película en el proceso– están delirando. En algún momento, la presión para rendir cuentas se hará insoportable. Desde el punto de vista del Vaticano, por tanto, aprovecharán bien el tiempo si se preparan para ello.