La Iglesia y Ciudadanos, sin puentes


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Cuando Felipe González era todavía “Isidoro” y paseaba su juventud y ambición por la clandestinidad, la Iglesia –el fallecido P. Patino, quien reportaría al cardenal Tarancón hasta que este tuvo su primer encuentro cara a cara, en un convento, con el líder socialista– ya había contactado con él para tomarle las medidas a sus pretensiones para con la sociedad que estaba brotando entre las costuras del régimen, pero también con respecto a la institución eclesial. De aquellos encuentros –y desencuentros, que también los hubo–, la Iglesia consiguió logros que solo ahora, con este acné revisionista, se ponen en cuestión.

Hoy, la Iglesia mantiene muy pocos puentes abiertos con la clase política. Ya, con el mundo de la cultura, el panorama es desolador. Más de dos décadas de ombliguismo, de acariciar la tentación del gueto, de conducir a conciencia, como un kamikaze, por el carril contrario, de cultivar el victimismo, de mecer solo una opción política a cambio de mirar para otro lado, han dejado una imagen que las encuestas apenas logran levantar del suelo.

Ahora que otras encuestas encumbran al Ciudadanos de Albert Rivera, algunos obispos lamentan que tampoco tienen puentes con los exponentes de la nueva y joven centroderecha liberal y laica. No se trata de estrategia ni de oportunismo. Se trata de romper la inercia que hizo que en los últimos tiempos, la Iglesia apostase todo a la misma ficha, sin querer ver que sus hijos tenían también otros boletos.

Se está buscando ahora un mirlo blanco que recomponga los puentes. Habrá que ver si no se le cobra ahora el peaje a la Iglesia de algunas torpezas mediáticas que han crecido bajo sus alas.

Hay nuevos obispos que pueden jugar un papel de mediador, porque también ellos padecieron en su día las estridencias del lamento monocorde. Y con la cintura suficiente para hacerle ver a Rivera que, en contra de lo que este afirmó, cuando la Iglesia insta a unos y otros al sentido común en la crisis catalana, no lo hace por política, sino por sus feligreses y, también, por el resto de los ciudadanos.

Ahora, el reto es hacerle ve a Rivera que la excesiva politización de la Iglesia de los últimos años fue solo eso, una inflamación pasajera.

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