La Iglesia creíble de Martini


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Pepe LorenzoJOSÉ LORENZO | Redactor jefe de Vida Nueva

“Su figura no debiera caer en el olvido ahora que los obispos van a delinear la llamada nueva evangelización…”.

Ya casi se han apagado los ecos del fallecimiento del cardenal Martini. Para alivio de sus irrelevantes detractores, los comentarios tan poco caritativos –y tan antievangélicos viniendo de quienes se perfuman con agua bendita– que han vertido sobre él se han ahogado en su propia nadería. Fraternales fueron las palabras del Papa y las de tantos otros obispos.

Pero la imagen que me queda de aquellos días, fueron las colas de tanta gente anónima, creyentes o no, que serpenteaban en la plaza milanesa para visitar la capilla ardiente instalada en el Duomo. Por primera vez en muchos meses, la Iglesia apareció en primera plana para recibir alabanzas y condolencias, en lugar de denuncias y comentarios mordaces. El alcalde de Milán resumió atinadamente la razón de por qué la figura del jesuita había sido tan apreciada, y ahora llorada: “Fue un pastor de todos, y no solo de unos pocos”.

Su fineza intelectual y su libertad (que algunos confundieron con contestación), nacida de la interiorización de la Palabra y la consiguiente profundización en la fe, cristalizaron en un magisterio episcopal en Milán que se tradujo en una constante preocupación por los problemas de la gente, de los de casa, pero también de los que andaban descarriados o se daban de baja –como los jóvenes– de una Iglesia que les parecía esclerotizada, más preocupada por los ritos que por sus angustias.

A todos ellos, incluso en los que no pudo reavivar la brasa de la fe, les brindó una Iglesia creíble, profundamente espiritual y entrañablemente cercana. Y también audaz, porque solo así se puede sacudir el polvo de dos mil años de extrañas adherencias y tratar de buscar respuestas a los nuevos retos que se le plantean a los hombres y mujeres de hoy, y con ellos, a la Iglesia, ofreciendo algo más que normas y preceptos.

Por ello no dudó tampoco en dialogar con la increencia, sembrando –con Ratzinger– la semilla de lo que sería el Atrio de los Gentiles. Por todo ello, su figura no debiera caer en el olvido ahora que los obispos van a delinear la llamada nueva evangelización.

En el nº 2.815 de Vida Nueva.

 

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