El domingo pasado, por motivos pastorales, proclamamos en la misa el evangelio del encuentro de Jesús con Zaqueo. Jesús, yendo al encuentro de Zaqueo, autoinvitándose a su casa, es un potente icono para quienes nos definimos como “Iglesia, sacramento del diálogo y del encuentro”.
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Interesante es constatar que Jesús no fue a casa de Zaqueo porque este se convirtió, sino al revés: Zaqueo se convirtió porque Jesús fue a su casa. No sabemos si Jesús bendijo a Zaqueo, pero, evidentemente, su presencia fue una bendición mucho más bendita que todas las bendiciones.
Jesús tomó esta iniciativa sabiendo que su gesto crearía confusión y se prestaría a malas interpretaciones: “Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador”.
No pude evitar el preguntarme: ¿estaba Jesús aprobando la conducta de Zaqueo al compartir su casa? ¿No hubiera sido más correcto denunciar su pecado, llamarle a conversión y, si esta se daba, entonces visitarle?
Evidentemente, escribo esto pensando en la polémica creada en torno a la posibilidad de bendecir parejas en situación irregular a partir de la Declaración ‘Fiducia supplicans’.
Hay obispos y sacerdotes que, en conciencia, no se sienten dispuestos a hacerlo. Me he encontrado con algunos de ellos, y no son monstruos homofóbicos (¡que, por desgracia, los hay!), sino personas con finura de conciencia que quieren ser fieles a lo que el gesto de bendecir significa.
Presencia, acogida y diálogo
A quienes se sienten en la embarazosa situación de negar algo que un documento del Papa permite, yo les digo:
–“No te preocupes. La bendición no es la única forma de ayudar a una persona, y quizás no es la más importante.
–Mira, si se te presentan personas en situación irregular y no te sientes en disposición de bendecirles, basta que hagas lo siguiente:
–Acógeles con respeto y cariño; invítales a tomar un café, o acepta que ellos te inviten a su casa.
–Escúchales atentamente, con empatía, intentando comprenderles.
–Haz el esfuerzo de verles con los ojos con que Dios les ve, y de amarles como Dios les ama.
–Intenta rezar con ellos.
–Recuérdales y proponles el ideal del Evangelio. Si puedes, muéstrales caminos posibles hacia el ideal.
–Despídete con un abrazo y repite todo este proceso las veces que haga falta”.
Si haces todo esto, importa poco si les bendices o no. Tu presencia, tu acogida, tu diálogo habrá sido la mejor bendición.