Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La impotencia y su fecundidad


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No sé si a ustedes les pasa igual, pero cada día no deja de sorprenderme y dolerme el sufrimiento de tantos que Dios presenta en mi peregrinar. En solo unos días he contemplado con las entrañas removidas al marido de una amiga diagnosticado por un cáncer terminal; a un hijo desolado al terminar su relación amorosa; a una amiga que quedó viuda hace poco y no sabe cómo rearmar su vida con sus hijos pequeños; a un amigo muy querido que teme perder su fuente laboral; a una niña que ha perdido su mascota de años de un infarto fulminante; a una compañera de trabajo aquejada por una enfermedad autoinmune que no la deja respirar; a una mujer cuya casa se consumió por los incendios del verano y aún no tiene hogar; a mi abuela que ya alcanza los 99 años y está en algún planeta muy lejos de acá… Y así, decenas de corazones que no logro consolar.



Al ver sus rostros afligidos y desesperanzados me siento impotente, torpe, queriendo tomar su dolor y hacerlo mío, pero sé que es inútil e imposible y solo los puedo abrazar y acompañar.

El dolor de María

Cuando experimento estas cruces de mis hermanos y amigos, no puedo si no pensar en la Virgen a los pies de la cruz, aceptando el horror más grande que se puede imaginar. Cuánto le habrá soplado a su hijo que ella misma lo quería reemplazar en su sacrificio para no verle sufrir más. Su impotencia debe haber sido del tamaño de una catedral.

Sin embargo, lejos de toda lógica, su presencia fue vital para su hijo y para la humanidad. No sé si resultará una herejía, pero, como hombre, no sé si Jesús habría sido capaz de soportar tanto vejamen e injusticia si hubiese estado en la más completa soledad. La mera presencia de su mamá, algunas mujeres y su discípulo Juan seguro fueron la cuota justa y necesaria para llegar hasta el final. Y es que todos somos seres vinculados y necesitamos a otros para atravesar los momentos límites y hasta la misma muerte si nos llega a visitar.

Virgen María

El tejido humano fundamental

El que María estuviese presente en la crucifixión también nos da pistas para comportarnos frente a las cruces de los demás. Y es que en ese acompañar aparentemente sin sentido, donde la inadecuación te rebalsa el alma, se esconde un misterio precioso que no podemos negar. No podemos evitar el sufrimiento, es parte de la vida de todos, pero el dolor acompañado siempre tiene un lado dulce que nos da fuerza para continuar.

Es en esas circunstancias -no en el éxito, ni en la salud, ni en la gloria- donde se puede percibir con más intensidad que nunca que le importas a los demás. Es en la cruz donde se abre el corazón y su amor puro y gratuito se desborda hacia los demás. Es en el dolor donde se siente la fuerza de la comunidad, de la amistad, de la familia, de los que te aman de verdad. Es en esos momentos de impotencia brutal donde percibimos el tejido humano que nos conforma y que trasciende todo a la eternidad.

Fecundidad

La impotencia entonces va mutando y se va preñando de sentido porque nos permite entrar en la Trinidad, sentirnos en una relación, en un vínculo precioso, que no tiene interés alguno; solo buscar el consuelo y felicidad del otro, sirviendo de apoyo mientras pase el trance de la oscuridad. Sentir la presencia y compañía de otros cuando estamos bien es un regalo que debemos atesorar, pero sentir el cuidado, los ojos y los abrazos de otros cuando estamos mal, es un momento místico, una puerta al corazón de Dios/Amor que no se puede explicar.

Solo vivirse y agradecerse porque el néctar que produce en el alma es lo más cercano a la felicidad. No en vano, Jesús cargó todas nuestras cruces y dolores y nos acompaña desde siempre y para siempre con su amorosidad.