JUEVES. ‘La isla de las tentaciones’. Telecinco. Parejas separadas en casas diferentes con conquistadores a la carta. Hay una sirena ensordecedora cada vez que alguien atraviesa la línea roja de deslealtad a sus parejas. Sí, deslealtad. Porque en la tele eso de infidelidad suena a palabra punible en horario infantil y la otra juega a eufemismo elegante.
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Alguien con sorna me propone pedir prestada la alarma para que suene cuando un eclesiástico y su entorno se vacunen antes de tiempo. Le consta que su obispo también se ha saltado el orden de inmunización. Y el de la diócesis de al lado, también. Menudo soniquete. Daño a la Iglesia, pero, sobre todo, a la confiabilidad de las mitras. Haya o no una caza de brujas mediáticas, la bocina no salta en falso. Deslealtad.
SÁBADO. Jornada virtual formativa de CONFER. Misión Compartida. Habla Belén Blanco. Sabe lo que se dice. Pronuncia una palabra que irá yendo y viniendo toda la mañana. Estructuras. Unas atrapan. Otras facilitan. Da miedo tocarlas. Por si en una de estas, en lugar de derribar un pladur, lo que cae es una viga maestra. No es fácil el discernimiento. Descubrir cuál es el pilar del Evangelio que sostiene un carisma y tirar las demás paredes.
Transparencia
Ahora que se buscan espacios diáfanos en oficinas. Ahora que las ventanas de las nuevas casas en construcción avanzan hacia mamparas enormes como respuesta al confinamiento oscuro del coronavirus, toca revisar la arquitectura eclesial. Para transparentar. De dentro hacia fuera. Y para que los de fuera no vean solo muros.
DOMINGO. Iglesia de los escolapios. El padre Crispín invita a los niños a que lean las preces. Sube uno más de las que hay en el papel. Sabe cómo solventar. Establece un diálogo con el chaval. “¿Pedimos por tus padres?”. “No”. “¿Por tus abuelos?”. “No”. “¿Por tus amigos?”. “No, por los pobres”. Opción preferencial interiorizada.
MIÉRCOLES. Sílvia Abril. Nadie se cae como ella. La show-woman ha reconocido más de una vez que sus dobleces de tobillo y su manera de resbalarse no la eximen de moratones. Una profesional del hundimiento instantáneo. Hoy me han enseñado a caerme. Tal cual. A cómo reaccionar con destreza cuando tienes algo de peso encima y no puedes más.
Un arte. Para que no se lesione uno. Pero también para que no salpique a los demás. Aceptar que nos derrumbamos y saber soltar lastre es signo de madurez. Y de Cuaresma. Aprender a caerse es condición indispensable para saber levantarse. Ahora caigo.