Mis alumnas más incisivas no se quedan en la superficie. Como actividad anual, dentro de un proyecto de reflexión crítica, les invito a escuchar una conferencia. Al término, hacemos un diálogo sobre sus subrayados, lo que destacan, lo que han comprendido y lo que no, junto a lo que yo entiendo y lo que no. Todo un ejercicio.
Pues al finalizar, este año una alumna de una de las cinco clases de Bachillerato me hizo esa pregunta: ¿Tenemos libertad, nos la dan, se enseña a ser libres…? ¡Te-ma-zo! ¡Comenzó el diálogo! Y fue tan fructífero que en las siguientes clases saqué yo el asunto.
Por mi parte, no tengo la menor duda de la relación entre educación y libertad. Es más, la libertad debe ser regulada y dirigida desde el inicio de la vida con sabiduría. El problema muchas veces, por donde viene esta pregunta, es por la falta de sabiduría que conecta una generación con la siguiente. En ocasiones se da exceso de libertad, en otras, defecto de ella.
¿Cuál es la necesidad del joven en diálogo con su entorno?
La educación para la libertad maneja dos variables importantísimas: la confianza del adulto en la óptima situación del joven; y la necesidad del joven en diálogo con su propio mundo. La primera es casi evidente: dar excesiva libertad de elección a un joven es condenarlo a cargar con lo que no puede soportar, y termina dañándose a sí mismo, hiriendo a otros, comprometiendo el mundo con su acción desbocada. La segunda, exige una mayor reflexión, ¿cuál es la necesidad del joven en diálogo con su entorno? No vale siempre lo mismo, necesita poner de manifiesto su necesidad de libertad y así tomar conciencia de ella de otro modo más profundo.
Interesantísima conversación. Una alumna y otro alumno reacciona con casos prácticos, concretos. Padres que no entran en la conversación con sus hijos sobre sus necesidades y terminan, en sus palabras, “haciendo lo que queremos y sin poder hablar con nadie”. Otros más calmados, van haciendo historia: “Esto es lo que me pasó a mí, así lo viví yo”. Algunos, al final de la clase, querían dar gracias a sus padres por lo bien que lo han hecho.
Al final, la cosa se pone un poco más seria. El asunto de la libertad, en relación con la educación, es afirmar que todo esto son nada más que preámbulos, que llegará el momento en el que la libertad sea entregada al completo. Sin guías inmediatas, sin referencias directas o del momento, sin medias tintas. El horizonte es este, lo deseable siempre es este. La mayoría de edad, que hoy en cuanto a la toma de decisiones se retrasa excesivamente y obliga a una adolescencia mucho más prolongada por falta de independencia física, económica, vital.
La mayoría de edad, aquella que resuena todavía a Kant años después, no es nada más que asumir la libertad como problema, como asunto, como tema personal en extremo. No por falta de referencias, de diálogo, sino de por exceso de personalidad. ¿Cuándo llegamos ahí, a la persona en plenitud subjetiva y de relación?