La llamada a la conversión personal en ‘Fratelli tutti’ es un recordatorio a la búsqueda de la sabiduría, a saber que si “no se presta una detenida atención y no se penetra en el corazón de la vida, no se reconoce lo que es esencial para darle un sentido a la existencia… Un camino de fraternidad local y universal solo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales” (50) El encuentro con el otro lo hacemos en sociedad y ahí es donde podemos encontrar nuestra vocación como personas, cuando queremos al otro por lo que es, cuando le ofrecemos lo que somos sin tacañerías, sin reservarnos nada.
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La buena noticia cristiana da un sentido pleno a nuestra existencia que no está fuera de nosotros, que no proviene de algo alejado a nuestro ser, sino que está instalada ya en nuestro corazón. Allí mora el espíritu y es él quien tiene la clave para la mejora social y para nuestro crecimiento como personas.
Un espíritu que nos da una esperanza que “nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna” (55)
Plenitud y sabiduría
Reconocer ese espíritu que ya tenemos dentro de nuestro ser y que nos lleva a buscar lo que siempre está ahí, a superarnos para dar un sentido esperanzado a nuestra vida, es también lo que nos posibilita después cambiar las estructuras sociales en las que vivimos. Lo que tenemos dentro nos lleva hacia afuera, a mirar más allá de nosotros mismos y a dar lo que somos como camino de plenitud y sabiduría.
La buena nueva, es saber que tenemos dentro de nuestro corazón lo que necesitamos para abrirnos a los otros, al diferente, para transformar la sociedad desde la fraternidad, para dejar de estar ensimismados. Cuando vivimos desde esa esperanza que tenemos instalada en nuestro corazón, cuando miramos a este para conocer qué es lo esencial de nuestras vidas, cuando cambiamos nuestra manera de vivir y lo hacemos desde el espíritu que anida en nosotros, podemos alcanzar lo que es el resumen del anuncio de toda la encíclica: “el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos” (86). Descubrimos de esta manera que no tiene sentido vivir si no es con y para los otros.