El barco
A lo largo de este domingo, a lo largo del día, llegaba al puerto de Valencia una flotilla compuesta por tres barcos: el Orione y el Dattilo, de la Armada italiana, y el Aquarius, de la ONG SOS Mediterranee con personal de Médicos sin Fronteras. Hubo bailes y aplausos a la llegada de 630 migrantes –entre ellos 123 menores no acompañados, 11 de ellos niños pequeños y siete mujeres embarazadas– recogidos hace ocho días cuando iban a la deriva en las costas libias que iban a bordo. Estos proceden de 31 países, la mayoría africanos, como Sudán, Argelia, Eritrea y Nigeria, aunque también hay algunos afganos o pakistaníes.
En esta semana se ha hablado de la actuación de países como Malta o Italia, del oportunismo político del Gobierno de España o de la Generalitat Valenciana, del papel de la Unión Europea o de si las oenegés que están surcando el Mediterráneo ofreciendo ayuda humanitaria son la solución o el problema de las personas víctimas de la trata.
Ciertamente, no puede reducirse el problema de la inmigración por el Mediterráneo a tragedias puntuales como la que se puso de manifiesto con la foto del niño Aylan Kurdi o la gestión de este barco. Aunque estos casos han ayudado a concienciar y generar posiciones entre la opinión pública. Los datos han estado ahí –en España se conocen bien algunas de las situaciones vividas en el paso del Estrecho o en las fronteras de Ceuta y Melilla–, pero la humanidad de los gestos se nota cuando se les pone rostro y sentimientos reales, a veces escondidos en la complaciente neutralidad de los números y la estadística.
Contemplar esta realidad con todas sus aristas no impide una altura de miras que va más allá del compadreo de los políticos y de las autoridades o de la intoxicación propagandística de quienes tiran la piedra y esconden la mano mostrando una xenofobia que se encuentra en las antípodas del proyecto europeo. Difícil tarea esta en tiempos de nuevos populismos, de regionalismos aislacionistas y de compromisos circunscritos a efímeras pancartas o a románticas proclamas que se desvanecen a las 24 horas.
Las cifras
Hasta hace unas semanas las autoridades marítimas italiana publicaban cada día en sus redes el número de inmigrantes rescatados y fallecidos en sus costas. Los informativos generalistas hacían un seguimiento continuo de esta cuestión, constituyéndose casi en sección obligada en la escaleta de los telediarios de las cadenas y una realidad bastante difundida y seguida por los corresponsales allí desplazados. Recuerdo leer un informe que sacaba un análisis similar del tratamiento en los medios griegos y que, en el caso español, concluía que la información –a pesar de los noticiarios de referencia duren el doble que en los otros países– se circunscribía más bien a momentos de oleadas concretas en las costas andaluzas o en las polémicas vallas de las ciudades autónomas. En Italia esos datos ya no se publican y las llamadas de teléfono de los periodistas no obtienen respuesta.
Más allá del cumplimiento de los criterios de noticiabilidad, los datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) no se imponen ante cualquier escéptico o despistado. Las estadísticas del 2017 invitan a prestar una especial atención a las rutas que atraviesan el Mediterráneo. Aunque las cifras han mejorado ligeramente desde 2016, siguen siendo muy preocupantes. Y es que a lo largo de 2017, 171.635 migrantes y refugiados alcanzaron las costas europeas. De éstos, un 70 % llegaron a Italia, mientras que el número restante se dividió entre Grecia, Chipre y España. El informe también incluye los que no han podido llegar vivos y han sido hallados muertos: un total estimado de 3.116 (en el año anterior, en 2016, habían sido 5.143). Los dos primeros meses del 2018 ya dejaban 400 nuevos muertos.
Con estos datos delante, con razón es bien merecida esa expresión que apunta al Mediterráneo, un año más, como el mayor cementerio de migrantes y refugiados del mundo.
La auténtica ayuda
Ayer, a medida de los focos se iban alejando del puerto valenciano, empezaron los reconocimientos médicos, los asesoramientos y la atención personalizada. Se vieron logos de Médicos Sin Fronteras y de Cruz Roja. En este proceso de acogida, desde el primer momento ha estado la Iglesia de Valencia, por mucho que la vicepresidenta del Consell, Mónica Oltra, comentase con cierta indiferencia que también algunas instituciones colaborarían en la operación especial del desembarco del Aquarius, como quien se resiste a que le quiten los primeros planos. En este lunes empieza un nuevo capítulo lleno de complejidades: sanidad, educación, papeleos, reagrupación…
Tal vez, muchos olvidan que los obispos de Marruecos han insistido muchas veces en el problema de la inmigración. O que el papa Francisco, con gestos y palabras, ha convertido la cuestión en uno de sus compromisos morales, y de su implicación personal pueden dar buena cuenta de ello la Comunidad de Sant’Egidio o el propio Òscar Camps, fundador y director de la ONG badalonesa Proactiva Open Arms, que también ha ayudado en la travesía del Aquarius. Acciones concretas que expresan las palabras del cardenal Cañizares estos días al recordar que, más allá de trincheras ideológicas, “la caridad es el ejemplo que el mundo necesita para creer”.