Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

La locura del diablo


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A medida que se exacerba el mundo sin Dios, sin ritos ni religión, algunas personas creyentes, piadosas y buenas, al menos en algunos sectores de Chile, han caído en un mal, con apariencia de bien, difícil de afrontar. En vez de acercarse más a la misericordia del Señor, a la fraternidad y a la evangelización testimonial de tantos que lo necesitan, se han inclinado por ver al demonio en todas partes. Creen encontrar posibles posesiones y endemoniados a su alrededor, por lo que se aíslan del resto y recurren a “exorcismos caseros” como la mejor opción.



No es que el mal espíritu no exista y no influya en nuestro comportamiento y en muchas oscuridades de la humanidad, pero darle más poder del que tiene es contrario a lo que Jesús nos enseñó y debemos discernir con claridad para no caer en su locura.

Lo diabólico

La palabra viene del vocablo ‘diabolos’, que significa ‘el que divide’, porque calumnia, pone obstáculos o rompe el vínculo de amor con Dios, con nosotros mismos, los demás y la creación. Ese germen aparece en los primeros años del ser humano cuando se rompe la certeza del amor incondicional, gratuito y proveedor del Padre, al encarnarnos en una experiencia terrenal que supone un “baile” de relaciones que nos preceden y que conlleva heridas, fragilidades y egos no purificados.

Si no estamos atentos, esa fuerza nos va separando del plan amoroso de Dios para cada uno, nos distanciamos de los demás y nos empezamos a vincular con todos y con todo desde la desconfianza, la avaricia y la vanidad. Si eso lo trasladamos a nivel social, claramente sí existe una fuerza maléfica que nos está destruyendo en el individualismo, consumismo y todos los tipos de violencia como un modo de asegurar el propio metro cuadrado.

No confundir

Dado lo anterior, no es bueno mezclar ese mal que podemos generar a nivel personal y colectivo, que es una fuerza espiritual real y muy dañina, con una acción deliberada de Satanás sobre una persona poseída y que deja de pensar y sentir como tal. Si bien han existido a lo largo de la historia de la Iglesia y se han confirmado algunos casos reales, son los mínimos.

Muchas veces, obedecen más a la ignorancia sobre trastornos psicológicos, psiquiátricos, biológicos y/o de sistemas familiares e incluso culturales que son tóxicos, violentos o enfermos. No podemos caer en la simplicidad de los diagnósticos y debemos ser exhaustivos en agotar todas las variables humanas antes de sentenciar una posesión diabólica.

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Qué puede haber detrás

Cuando fácilmente se define que alguien está endemoniado en los tiempos de hoy, debemos al menos revisar si detrás no hay un modo de control por el miedo, por parte de algún grupo o autoridad religiosa, en forma consciente o inconsciente. Es tanto el temor que ejerce (histórica y culturalmente el diablo) que resulta muy efectivo para retener fieles y evitar su madurez en la fe, su libertad para discernir y decidir conforme a una conciencia bien formada.

Así también, en medio de una sociedad cada vez más laica, encerrarse en trincheras protegidas, por medio del fanatismo, el secreto y “la verdad” pura e incuestionable de una mono causalidad de un trastorno de conducta, resulta un modo, al menos poco efectivo, de mostrar el rostro de Dios Amor a la humanidad. No son sacrificios los que privilegia el Señor, sino misericordia, y esta solo se puede dar si salimos de los muros del miedo y confiamos en que Dios es mucho más grande que cualquier demonio y que ya los ha vencido a todos desde su resurrección.

Mal uso de los sacramentos y la oración

Ambos elementos son el alimento de un cristiano y el modo de dialogar con Dios; pero se pueden distorsionar si se empiezan a ocupar como meros métodos de “exorcismo” (casi mágicos) en vez de amar y servir con todo el corazón, en especial a las ovejas más perdidas del reino. Los que están más lejos del amor y de la salvación, por sus historias, decisiones, condiciones o por cualquier razón, lo que más necesitan en primera instancia no es un rosario o una unción con agua bendita (que son prácticas preciosas de una espiritualidad sana), sino un hermano/a que los escuche sin juzgar, que los abrace sin miedo y que les pueda mostrar su valor, dignidad y que son hijos/as amados/as por el simple hecho de existir.

No dejemos que el “diablo” siga metiendo la cola en nuestra religión; si estamos del lado de Dios, nadie ni nada podrá contra nosotros.