Rubén Serrano Jiménez, presidente de la Juventud Estudiante Católica (JEC)
Presidente General de la Juventud Estudiante Católica (JEC)

La luz al final del oleaje


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‘Libres de elegir si migrar o quedarse’ es el lema de la 109º Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado celebrada el pasado domingo 24 de septiembre, y que ha llenado de titulares la prensa tanto internacional como de ámbito religioso, donde destacaban las intervenciones del arzobispo de Madrid y futuro cardenal, José Cobo, y del papa Francisco. Un lema necesario teniendo en cuenta que, según ACNUR (la Agencia de la ONU para los Refugiados), a finales de 2022 había “108,4 millones de personas desplazadas por la fuerza” en el mundo.



No voy a negar mi sorpresa al ver, a través de las fotos, la enorme cantidad de gente que acudía a las actividades organizadas para este día; pues normalmente, cuando hablamos de personas migrantes y sus derechos, solemos ser una marcada minoría la que acudimos a colaborar y seguir formándonos. Toda esta semana me he estado preguntando: ¿calarán realmente esas palabras y trabajaremos conjuntamente acogiendo, escuchando y ayudando, o seguiremos acusando, criminalizando y apartando de la sociedad a aquellas personas que luchan día a día por buscar un futuro digno tan lejos de su tierra natal?

Baraka, la suerte divina

Con todo este bombardeo de noticias en pro de las personas migrantes (poco habitual, por desgracia) era imposible no acordarme, con cierta nostalgia y mucho cariño, de mi etapa como voluntario en el Centro Intercultural Baraka, y de todas las personas que lo forman.

El cardenal José Cobo, durante el acto celebrado en Aluche

El cardenal José Cobo, durante el acto celebrado en Aluche

Baraka –palabra utilizada en Marruecos para referirse a la protección divina, o suerte divina– “trata de favorecer la integración de las personas inmigrantes desde el respeto y el diálogo entre las distintas culturas” y ofrece una comunidad de apoyo y crecimiento conjunto; un espacio donde las personas migrantes comparten sus vivencias, festejan los momentos más importantes (y nos sorprenden a los voluntarios con su comida tradicional), se forman tanto pequeños (en la ludoteca y en los servicios de apoyo al estudio) como adultos (con las clases de alfabetización y digitalización, entre otras), y participan en distintas actividades culturales y talleres.

Con esta descripción seguro que piensas que el centro está lleno de voluntarios, pero la realidad es que sus responsables se quiebran la cabeza cada año al inicio de curso para cuadrar todas las actividades con los pocos recursos humanos y económicos con los que cuentan (duplicando sesiones a los voluntarios, tirando de contactos para conseguir prestado X libro o X material que se necesita…).

Una realidad presente en las aulas

Esos chavales (pues yo estaba en la sección de apoyo al estudio) me han enseñado que, a día de hoy, en España, siguen encontrando muchísimas trabas para desarrollar su futuro personal y laboral.

Creo que nunca se me va a olvidar la mirada de frustración y pena con la que te cuentan que X profesor se ha negado a pararse y explicarles otra vez aquello que no entendían por la dificultad del idioma, o la furia que les entra cuando hablan de X compañero que ha tenido comentarios racistas en el aula. Pero tampoco se me olvida la ilusión con la que gritan “Colli, que ya me ha salido el problema”, o “he aprobado el primer examen del curso”, y mucho menos el respeto y el agradecimiento que te muestran por dedicarles un poquito de tu tiempo (cosa a la que, por desgracia, no están acostumbrados).

Con esta primera entrada del blog quiero agradecerles a ellos todo lo que me han enseñado en estos tres años de voluntario, y que seguro configura mi servicio, y me permite ver durante toda mi vida la realidad de los migrantes con una mirada distinta, más cercana y ajustada a su realidad.