Hará un par de meses, no recuerdo si a la hora de la siesta o por la mañana, me acercaba a despertar a mi hijo y a medida que estaba más cerca de su puerta le escuchaba decir: “Cinco, cuatro, tres, dos, uno”; y volvía a comenzar.
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Ya delante de él, le pregunté: “¿Qué haces, hijo?”, a lo que él respondió: “Estaba contando hacia atrás”. En efecto, abría la mano, plegaba sus dedos uno a uno y cuando llegaba al uno, volvía a comenzar. Dije: “Te falta uno, cariño”; y, entonces, le expliqué el concepto numérico de “cero”, diciéndole que después del uno debía dejar su puño cerrado.
Ahora, con el incierto comienzo de curso en ciernes y esa vivencia familiar en la memoria, me asalta el recuerdo de un libro que una vez esbocé pero nunca terminé y al que quise titular ‘La matemática de Dios’.
Infinito
Los números de Dios son fascinantes; aparecen una y otra vez a lo largo de la Biblia:
- Siete días para finiquitar la creación (Gn 2, 2).
- El día diecisiete del séptimo mes, el arca descansó sobre el monte (Gn 8, 4).
- Doce son las tribus que descienden de Ismael (Gn 17, 20).
- Doce fueron los hijos de Jacob (Gn 35, 22).
- Doce son las tribus de Israel (Gn 49, 28).
- Moisés levantó un altar y a su lado puso doce piedras (Éx 24, 4).
- Cuarenta días y cuarenta noches le llovió a Noé (Gn 7, 12).
- Cuando Isaac tenía cuarenta años, se casó con Rebeca (Gn 25, 20); lo mismo que Esaú cuando se casó con Judit (Gn 26, 34).
- Cuarenta años tomaron maná los hijos de Israel (Éx 24, 18).
- Cuarenta días y cuarenta noches pasó Jesús en el desierto (Mt 4, 2; Mc 1, 13; Lc 4, 2).
- Cuarenta días estuvo Jesús hablando del Reino de los Cielos, después de su pasión (Hch 1, 3).
- Ciento cuarenta y cuatro mil los que se salvarán al final de los tiempos (Ap 7, 4).
- Tres fueron los hijos de Noé que repoblaron la tierra (Gen 9, 19).
- Abraham vio a tres hombres cerca de él (Gn 18, 2).
- Tres tiendas quiso plantar Pedro en el Tabor (Mt 17, 4).
- Tres días le llevó a Jesús reventar el sistema de creencias establecido (Mt 26, 61).
- Hacia las tres de la tarde, Jesús gritó aquello de “Elí, Elí, lamá sabactani” (Mt 27, 46).
Como decía, números por todas partes. El tres, el siete, el cuarenta… Y el más grande de todos ellos, el infinito, al que solemos escuchar como “eterno”. Eterna es la alianza de Dios con su pueblo (Gn 17, 7), eterna la vida después de la muerte (Rm 2, 7), eterna su misericordia (1 Cr 16, 34)…
Pero pensaba yo que nosotras, personas limitadas, erramos en los cálculos del Reino de Dios. A lo mejor es que se nos escapa la teoría, o tal vez la práctica economicista desvirtúa la puesta en práctica. Sea como fuere, los números de Dios no son los números de las personas.
Los números no salen
Miremos si no al corazón de nuestra Iglesia, que a días parece dividida en facciones que proclaman que su catolicidad es superior a la de la facción vecina. O somos católicas o no lo somos, ¿cómo está eso de ser más católica que la de enfrente? ¿Acaso si le sumamos uno al amor de Dios es más amor? Su amor es infinito. Infinito más uno… sigue siendo infinito. Desde mi perspectiva, aquí se aplica el mismo principio. Soy católica. No puedo ser “católica más uno” ni “católica más cien”.
Otra de las desviaciones numéricas que decía me salta a la cara cuando escucho que nuestros templos están vacíos, al igual que nuestros seminarios, conventos o monasterios. Pero, ¿acaso no dijo Jesús que “donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy yo, en medio de ellos” (Mt 18, 20)? ¿De verdad nuestra fe es –o debe ser– una fe de masas? La masa no escucha, ni razona pausadamente; solo actúa por los pulsos que se le imponen.
Nuestra aritmética mundana trata de imponerse una y otra vez sobre la Matemática de Dios, que nos propone una Salvación desde lo sencillo, lo humilde y lo invisible. Los números humanos parece que fueron inventados para ser expuestos a la vista de todo el mundo y para hacerlos crecer sin límite.
Luego nos pasa lo que nos pasa, claro; se nos acaban los recursos naturales, se idolatra al crecimiento ilimitado que mata y excluye, las amistades cercanas y escasas se pervierten con pseudo-amistades de números gigantes…
Que no, que no estamos haciendo bien los cálculos.
La ecuación del Reino de Dios se resuelve con números pequeños, escritos al margen, de los que casi nadie en la Tierra utilizaría para calcular nada. Esa es la esencia de la Matemática de Dios.