La misericordia como espectáculo


Compartir

Por Jorge Oesterheld

Espectáculo: “Del latín spectacŭlum, un espectáculo es una función o diversión pública que tiene lugar en un espacio donde se congrega el público para presenciarla. Lo habitual es que los espectáculos se lleven a cabo en teatros, estadios, circos o recintos semejantes.” Se puede completar esa definición con lo que dice el diccionario sobre la palabra “espectador”: “Que asiste a un espectáculo. Que mira con atención.”

Para muchos pensadores que reflexionan sobre la realidad social, en este tiempo se vive en una “cultura del espectáculo”, al menos en occidente. Seguramente influenciados por la televisión, que durante décadas configuró las sociedades, los corazones y las mentes, hoy fácilmente los humanos se convierten en “espectadores”. Hombres y mujeres que observan, que solamente observan.

El espectador no se compromete; desde su asiento mira, comenta, aplaude o reprueba. Como mucho se pone de pie, registra el momento con fotos o videos. Momentos después vuelve a su vida, más o menos satisfecho con aquello que por un tiempo atrapó su atención.

El espectador “comenta”, opina y cuenta a otros su vivencia durante la función. Repite frases, narra, muestra imágenes atrapadas en el espectáculo. Para mostrar su satisfacción o su rechazo transmite su experiencia de espectador. Habitualmente solo hasta allí llega su “compromiso”. En contadas ocasiones, un espectáculo conmueve, o interpela, hasta sacudir la cómoda pasividad.

A casi tres años de mirar y escuchar a Francisco, y avanzado este Año de la Misericordia, quizás ya sea tiempo de hacerse una pregunta: ¿con sus gestos y sus enseñanzas, el Papa ha logrado atravesar ese espeso muro de indiferencia, rutina y mediocridad, que cubre a muchos, demasiados, corazones? Sus palabras claras, y sus gestos elocuentes, pocas veces son rechazados; y, sin embargo, tampoco son imitados y llevados a la práctica. Salvo algunas excepciones, las grandes instituciones eclesiásticas, obispos y sacerdotes; conferencias episcopales; ordenes y congregaciones religiosas; movimientos laicales en general, repiten palabras del Papa, elogian sus gestos, comentan, opinan. En una palabra, parecen más espectadores de un show deslumbrante que discípulos entusiastas de un maestro que día a día abre nuevos caminos a la Iglesia.

 

El buen samaritano

Es una trampa sutil y peligrosa: Francisco convoca a un año de Misericordia y, repitiendo sus palabras, se puede llegar a convertir la misericordia en espectáculo. El sacerdote y el levita de la parábola del buen  samaritano también miran al herido tendido en el camino, precisamente porque lo ven es que se desvían. No es suficiente mirar, no alcanza con decir “qué terrible las cosas que pasan” y cambiar de canal. Tampoco cambia la realidad ni se modifica la vida de alguien si la reacción es aplaudir frases del Papa o comentar sus gestos. Ser espectadores es una forma de “dar un rodeo” y seguir adelante. El buen samaritano se conmueve y se compromete. Deja de lado su agenda y modifica su vida, justamente por no apartarse del camino.

Una de las características de Francisco más señalada y admirada es su proximidad, “es muy cercano” se repite una y otra vez. El samaritano, que es propuesto como ejemplo por Jesús en la parábola, se acerca, se hace prójimo. El desafío que se propone es ése, acercarse, tocar, hacerse cargo. El Santo Padre no mira como un espectador, no “da un rodeo” al encontrarse con las tragedias que sacuden el turbulento mundo de nuestros días. No se conmueve ante el televisor, toca las raíces de lo que después muestran las pantallas.

El espectador se mantiene a distancia, no participa de lo que ocurre en el escenario. Para no comprometerse convierte la misericordia en espectáculo y de esa manera intenta huir de una realidad que no se atreve a aceptar: la verdad es que no hay escenario. Nadie está “afuera”. Francisco nos muestra el único mundo que existe y nos desafía a vivir en él como cristianos. En este mundo vive Jesús y por él dio su vida. No estamos invitados a aplaudir, no caerá ningún telón, Francisco no habla de lo que les pasa a los otros sino a nosotros.