Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

La muñeca de sal


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Santa Ana Tianguistengo, en la región de la Huasteca Hidalguense, se yergue a poco más de 1,600 metros sobre el nivel del mar, en la sierra que une a los estados de Hidalgo, Veracruz y San Luis Potosí. Durante un par de horas debimos ascender por la carretera que bordea la sierra hasta llegar a esta región de lluvia y niebla, pueblo mágico por naturaleza propia y un arcón de tesoros culturales, de esos que se guardan en la memoria y en el corazón. 



También inolvidable, fue el regreso al día siguiente en ruta hacia Huejutla, en un descenso que debía durar tres horas, pero que se convirtieron en poco más de cinco, debido a las condiciones que la lluvia estaba provocando en la carretera. En algún punto debimos esperar a que se limpiara con maquinaria, un peligroso deslave de rocas y lodo que se desprendió desde un cerro hacia el precipicio que bordea el pavimento. Más adelante, tuvimos que abrirnos paso a golpe de machete y sierra, pues un enorme árbol se había desplomado sobre el camino. Y de tanto en tanto, observábamos árboles caer a nuestro paso, desgastados en sus raíces por las corrientes de agua que torrencialmente bajaban de los cerros. Para nosotros, nuevos en esas rutas, significó toda una aventura, sin embargo, para nuestros anfitriones y guías, parecían ser condiciones frecuentes y las afrontaban con total serenidad.

Finalmente logramos llegar con bien a San Felipe Orizatlán, otro hermoso pueblo típico de la Huasteca. Allí tuvimos la oportunidad de convivir con una comunidad apostólica en cuyos miembros se pueden encontrar muchas personas que aún usan el náhuatl como lengua común. Durante nuestro fraterno encuentro, uno de los miembros de la comunidad nos contó una historia y aquí te la comparto:

“Una muñequita de sal quería conocer el inmenso mar. Logró trasladarse hasta la orilla de la playa y estando allí, le preguntó al mar: ¿Quién eres tú? Y el mar le respondió: ‘Si en verdad quieres conocerme, introdúcete en el agua, ten Fe en mí’. La muñeca de sal caminó hacia el agua e introdujo un pie dentro del mar, pero observó que su pie se desgastaba. ‘No tengas miedo’ -le dijo el mar-, ‘mete el otro pie y sigue avanzando’. Así lo hizo la muñeca de sal y se adentró en el mar mientras su cuerpo se disolvía paulatinamente en el agua. Finalmente, la muñeca se disolvió completamente y entonces exclamó: ‘¡Oh!, ahora lo puedo entender, ya sé quién es el mar: el mar soy yo'”.

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Dentro de la historia, destaco algunas situaciones interesantes: la muñeca de sal no muere, sino más bien se integra de una forma íntima a ese mar que la abarca. La muñeca sólo logra conocer la realidad hasta el momento en que se disuelve en el mar, y hasta que eso sucede, me parece que logra descubrir su verdadera misión.

San Pablo al escribir a los Corintios, habla de su alegría en gastarse y desgastarse en el servicio de sus hermanos (2Co 12,15). En este contexto del servicio apostólico, el papa Francisco nos señala que “Cuando más necesitamos un dinamismo misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos laicos sienten el temor de que alguien les invite a realizar alguna tarea apostólica, y tratan de escapar de cualquier compromiso que les pueda quitar su tiempo libre.” (EG81)

Aquel día que escuché la historia, tenía fresco en la mente el testimonio del desgaste que nuestros anfitriones y amigos experimentaban cotidianamente para atender los temas de su apostolado. Me pareció en ese momento que la muñeca de sal representaba a las personas que escuchan en su corazón a Dios y ofrecen su tiempo, sus recursos y hasta su vida para cumplir su misión. Pero seguramente caben muchas otras interpretaciones. Tú, ¿qué opinas?