Ante tantos muros o murallas, políticas, sociales, religiosas y culturales que se levantan ante el discrepante o el distinto, incluso con la metáfora de cordones sanitarios, me empuja mucho más la posibilidad y la multiplicación de esfuerzos para abrir puertas y construir puentes. Cuando esto se va haciendo en la vida cotidiana, es más fácil trasladarlo a lo colectivo.
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A propósito de esto, en la órbita de mi trabajo (¡gracias Maca –mi narradora– y compañía!) me ofrecen, de manera emocionada, este relato de ayer mismo:
“Ocho de la mañana. Abrimos la puerta de Pueblos Unidos y un par de personas, heladas de frío, nos preguntan a qué hora abrimos. Les invitamos a entrar explicándoles que hasta las 9:40 horas no atendemos y que si quieren pueden esperar dentro que hace más calor.
Una de ellas lleva una maleta con ruedas lo que puede indicar que viene preguntando por un lugar dónde vivir y que se encuentra en situación de calle.
El día se presenta duro.
Abro el email y dos derivaciones de familias de otras entidades nos piden alojamiento. No son ni las 9:00 horas y ya tenemos sobre la mesa tres casos. Tres casos de extrema vulnerabilidad, uno de ellos con menores de edad.
10:00 horas, empezamos la sesión de acogida y el voluntario nos indica que efectivamente la persona con la maleta está en situación de calle y dentro del grupo hay una persona más. Les decimos que después de la charla les entrevistamos de manera individual.
Empezamos a llamar al SAMUR para tantear y nos dicen que al ser migrantes, pueden solicitar asilo para entrar en el sistema de acogida. Les decimos que no sabemos si quieren solicitar asilo pero que, como ellos bien saben, no hay citas, porque nadie coge el teléfono que han habilitado para pedirlo y que, por tanto, no tienen acceso al sistema de acogida. Nos dicen que ellos no pueden hacer nada.
Llenos de frustración colgamos y seguimos llamando.
La misma respuesta: no hay plaza, no admitimos menores de edad…
Al final de la mañana nos comentan las personas que en los sitios donde han estado les han dicho ‘vete a … –y citan a Pueblos Unidos y otras– que allí te ayudan’…
¿Qué haces ante eso? ¿Cómo son capaces de jugar con las expectativas de las personas solo para eludir el sentimiento de culpa que se genera al decir ‘no tenemos plaza, te quedas en la calle’? Da la impresión de que es más fácil tener a la persona de un lado para otro y que sea otro el que le diga que no.
Cada semana nos vienen tres o cuatro familias ya sea llamando a nuestra puerta con cara desencajada, ya sea por email o por otras entidades buscando un sitio donde dormir.
Algunas de ellas con dinero para pagar el alquiler de una habitación, pero al tener menores de edad es imposible; o porque piden más de 600 euros por una habitación pequeña.
¿Cómo convivir con el enfado y la frustración? ¿Cómo podemos como sociedad mirar a otro lado? Solo tienes que abrir los ojos y mirar a tu alrededor… cuando veas a una persona deambulando con una maleta o sentada en un banco piensa que el día de mañana podemos ser cualquiera de nosotros… ¿Cómo te gustaría que te atendieran?”.
Con este fresco relato de la vida cotidiana, renuevo con estas letras, la necesaria humanidad y personalización en la acogida, que no se esconde, ante la llegada del desplazado en ventanillas del “Vuelva Ud. mañana”. Y hago un paralelismo con los cuatro verbos del Papa migrante: acoger, proteger, promover e integrar. Paradigmas de la acción personalizada y humanizadora ¡tan necesaria!
De eso se trata: de acoger que es tanto como ofrecer mi aliento –lo que me aletea desde dentro–. O si queréis y es prudente, de besar de alguna manera (rozar mi piel con el distinto que me enriquece). Al fin y al cabo, distinto de Dios, el hombre de cualquier color nació de un aliento o beso de Dios. Se trata de también de proteger que es tanto como decir abrazar, regalar el abrazo físico o el de las mantas rojas y procurar techo, trabajo y pan a los migrantes. Y de promover que es algo así como subir sobre los hombros al migrante vulnerable para que vea otros horizontes. Y, por último, se trata de integrar “ir de la mano “ (incluso para pasear) y caminar juntos. Porque –me lo he preguntado muchas veces a propósito de un padre que lleva de la mano a su hijo pequeño– ¿quién conduce a quién?
Mientras escribo estas letras me envuelve la canción de ‘La Muralla’:
—¡Tun, tun! —¿Quién es?—Una rosa y un clavel…—¡Abre la muralla!
—¡Tun, tun!—¿Quién es?—El sable del coronel…—¡Cierra la muralla!
—¡Tun, tun!—¿Quién es?—La paloma y el laurel…—¡Abre la muralla!
—¡Tun, tun! —¿Quién es?—El gusano y el ciempiés…—¡Cierra la muralla!
Y perdón por la corrección que hago ahora en el primer verso del párrafo final: todos sabemos que se habla de una “muralla que vaya”. Creo que la intención también de los autores era la que osadamente propongo en mayúsculas.
Una muralla que “se ABRA”
desde la playa hasta el monte
desde el monte hasta la playa,
allá sobre el horizonte.