La Navidad de los pobres


Compartir

Se acerca la Navidad y una vez más escucharemos frases que suenan un poco desgastadas, seguramente nacen de buenas intenciones y expresan los mejores deseos, pero en algunos contextos hasta pueden ser difíciles de decir o de escuchar. Solo movidos por una fe confiada y sincera podemos hablar de paz en algunos lugares del planeta, solo impulsados por una gran esperanza es posible desear felicidad en algunos campos de refugiados, solo con mucha caridad podemos admirar la pobreza de la cueva de Belén en esos sitios en los que la miseria destruye los cuerpos y las almas.

Los cristianos hemos aprendido de boca del Maestro que Dios está en los pobres, “les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt. 25,40) y por eso allí se encuentra el verdadero pesebre. Los otros, el que pusimos en nuestras casas, o el que vemos en algunas esquinas de nuestras ciudades –cada vez menos–, o el que decora el consumismo en un centro comercial; esos pesebres solo son figuras, recordatorios a veces torpes del verdadero, de aquel que está en esos sitios en los que la vida de los pobres no parece una frase navideña ni se ilumina con luces de colores.

La dimensión apocalíptica que tiene en nuestro tiempo la pobreza de millones y millones de personas nos obliga a usar con mucho cuidado las palabras. No suena bien exaltar las privaciones de la familia de Nazaret como un modelo a imitar o como un dato pintoresco. Si Dios está en los pobres y se identifica con ellos entonces deberíamos acercarnos a la Navidad como lo hizo Moisés a la zarza ardiente.

Quitarnos las sandalias y acercarnos

Según se relata en el Éxodo aquel día a Moisés en un primer momento lo movió la curiosidad y pensó: “Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume?”. Pero al aproximarse escuchó la voz de Dios que le dijo: “No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa” (Ex.3,4). Si Dios está en los pobres debemos quitarnos las sandalias para acercarnos a ellos y saber que todo lo que digamos es tentativo y provisorio. Avanzamos por un terreno sagrado.

Al menos quienes hablamos o escribimos desde esta cultura occidental y supuestamente cristiana, deberíamos tener siempre presente, y en especial en Navidad, que habitamos en un mundo que no sabe qué hacer con Dios y por eso no sabe qué hacer con los pobres. La advertencia de no separar lo que Dios ha unido vale también en esta dolorosa cuestión, deberíamos aceptar el desafío: las preguntas sobre los pobres son preguntas sobre Dios, sobre el lugar de Dios en nuestras vidas y nuestras sociedades.

Quizás deberíamos atrevernos a dar un paso más: preguntarnos sobre nuestra propia pobreza, sobre la que hay en cada uno de nosotros. Es urgente reconocer esa pobreza personal, o conocerla por primera vez, porque es allí donde está el verdadero pesebre, es allí donde quiere nacer el ‘Niño-Dios’. Sí, allí quiere nacer, en ese lugar de nuestro corazón que tal vez ni nos atrevemos a mirar, pero ante el cual también debemos quitarnos las sandalias “porque el suelo que estás pisando es una tierra santa”.

Desde ese sitio la expresión ‘Feliz Navidad’ puede dejar de ser un concepto vacío y adquirir un cuerpo, dejar de ser un compromiso social y comenzar a ser un compromiso de vida. Es posible que entonces, junto a ese pesebre, dejemos de creer solamente que Dios existe y comencemos a creer que Dios es amor.