En octubre de 2018 salió a la luz la noticia de que una niña sueca de 8 años descubrió una espada de 1.500 años de antigüedad, propia de las sagas de la Edad de Hierro, el tiempo de Beowulf, antes de la civilización vikinga.
La joven Saga Vanecek estaba tirando palos y piedras al lago para ver cuán lejos lograba llegar. Entonces se acercó a lo que parecía un palo bajo el agua para tirarlo y cuando lo sacó y levantó en alto, resultó ser una espada de 85 centímetros, enfundada en su guarda de cuero y madera. “Estuve a punto de dejarla caer al agua otra vez pero me di cuenta que tenía una empuñadura, que era puntiaguda y que estaba oxidada”. La sequía había hecho que descendiera tanto el nivel del agua que la niña pudo encontrar la espada. “La alcé en lo alto y dije, ‘¡Papi, encontré una espada!”.
El padre comprendió enseguida que se hallaban ante un objeto de alto valor y la entregaron al Museo del condado local. Los arqueólogos pidieron a la familia que no hicieran público el hallazgo, con el fin explorar si había más objetos y evitar que acudiera un aluvión de cazatesoros. Saga guardó el secreto. La sociedad sueca enseguida recordó la historia del joven Arturo, quien recogió la espada Excalibur mientras salía del agua, ofrecida por la Dama del Lago. Por eso llaman a Saga la nueva reina de Suecia. Ella es más modesta y con sus ocho años tan solamente quiere ser médico, veterinaria o actriz en París.
El patrimonio cultural, sumergido
Donde hay un niño o un joven, siempre hay un tesoro por descubrir o redescubrir. Jugando, explorando o de aventura, los niños y jóvenes ponen en marcha búsquedas que llegan al centro de la Tierra, a las capas más profundas sin tener en cuenta si alguien antes había pisado allí. Quizás solamente a través de la inocencia del juego y la aventura, mirando el mundo como la primera vez, es posible hallar los mayores tesoros. Con cada niño que nace, toda la historia se dispone a nacer de nuevo.
Es posible que el patrimonio cultural y sapiencial de las culturas y tradiciones milenarias esté bajo el agua para las nuevas generaciones, sumergidas invisibles. Necesitan acercarse a la orilla y explorar. También es verdad que la secularización actúa como una especie de sequía y los contenidos nuevos se evaporan con progresiva aceleración, de tal modo que dejan lo permanente más expuesto a su descubrimiento.
Nunca como hasta ahora ha habido tantos objetos antiguos expuestos en museos y nunca como hasta ahora han estado tan sumergidos en la insignificancia porque no se comprende su auténtico sentido. Las catedrales son visitadas por millones de turistas sin comprender el significado profundo de lo que ven allí. Muchos museos presentan objetos reducidos a un presunto “programa ideológico” o hundidos en la mera erudición sin entender realmente qué significó para alguien que hace muchos siglos era como tú y como yo.
Niños y jóvenes tienen ante sí una ingente misión: meter mano bajo la superficie y la superficialidad y rescatar miles de tesoros de la insignificancia y la frivolidad. Quienes quieran vivir la aventura de Indiana Jones, Arturo o Axel Lidenbrock –el joven de Viaje al centro de la Tierra–, tienen todo un mundo silenciado y perdido por descubrir y rescatar su sabiduría. La nueva misión de Arturo hoy no es coronarse rey sino salvar al mundo del olvido.