Rafael Salomón
Comunicador católico

La noticia que nadie desea oír


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Tuve que decirle que se estaba muriendo quien hasta ese momento había sido su compañera de toda la vida. Aún recuerdo el viaje hacia la casa de mis padres, estaba destrozado por recibir la devastadora noticia de que mi madre lentamente perdía la batalla. Salí del hospital con el corazón destrozado y con un enorme peso, tenía que darle a mi padre la triste noticia.



Ha sido el trayecto más doloroso, largo y donde deseaba no llegar con mi padre para compartirle tan terrible noticia. No quise imaginar, ni adelantarme a su reacción, pero este tipo de mensajes se sabe que son por demás dolorosos recibir y compartir, así que le pedí a Dios me diera fuerzas para entender y para decírselo a mi padre, porque también él estaba muy enfermo, su cáncer avanzaba y periódicamente ingresaba al hospital, sus recaídas eran frecuentes.

Ese día se encontraba solo en su casa y un poco estable, seguramente estaba esperando buenas noticias respecto a mi madre y es que se convirtió en algo regular que entrara al hospital y saliera días después. En esta ocasión no fue así, lo que le iba a compartir era la sentencia de los doctores, la noticia que nadie desea oír, esa que también nadie desea dar.

Muy delicada de salud

Abrí la puerta y parecía que esperaba a su pareja, a su amada de toda la vida, salió de su habitación como para ir a recibirla y decirle con una gran sonrisa: —¡Chamaca te tardaste mucho! ¿Dónde andabas?—. Así le decía de cariño a mi madre. Cuando me vio entrar sin compañía, seguro que algo presintió, porque casi sin pensarlo se sentó en la sala como pidiendo información.

enfermo

 

Traté de ser conciso y expresar la realidad de lo que los doctores nos acababan de decir. —Papá, mi mamá está muy delicada de salud, entró a terapia intensiva y parece que no va nada bien—. Traté de que mis palabras no sonaran con la frialdad de un témpano, que fueran sinceras, humanas y sin falsas expectativas.

En ese momento, mi padre lloró, con la impotencia de quien no puede hacer nada, con la tristeza de soltar a quien tanto amó, con el dolor que sólo puede entender quien ha permanecido con su pareja durante muchos años. Lloró frente a mí, con lágrimas de dolor, esas que no se pueden explicar, pero sí percibir y sentir.

Ahí se apagó su luz

Nos abrazamos, porque mi padre estaba perdiendo a su compañera de vida y yo a mi madre, fue un instante con el que me quedaré por siempre, es un momento que sigue estando presente en mi vida, jamás lo olvidaré, me sigue doliendo como si acabara de suceder. No hubo más palabras, no dijimos nada, fue por sus cosas a su habitación para ir al hospital y permanecer ahí un tiempo indeterminado.

Recorrimos el pasillo de la casa con lentitud y mientras lo hacíamos, ambos nos dimos cuenta que cada lugar estaba lleno de la presencia de mi madre, todo ahí tenía su esencia. Cerramos la puerta y nos dirigimos al hospital, especialmente al área de cuidados intensivos, para reunirnos con mi hermana y parte de la familia. ¡Qué triste recorrido! Mi padre en silencio y yo con mi propio dolor.

Fueron kilómetros de reflexión, cada uno recordando y esperando que todo esto fuera transitorio, como mi padre acostumbraba decir, que fuera una anécdota y que una vez más pudiéramos estar juntos como lo hicimos tantas veces, que la historia cambiara de un momento a otro, que ella recobrara la salud como sucedió en tantas veces… en esta ocasión eso no pasó, mi madre, su esposa no salió de terapia intensiva, ahí se apagó su luz y vaya que siempre brilló como una verdadera estrella.

Dios no hizo la muerte, ni se alegra destruyendo a los seres vivientes”.  (Sab 1, 13-14).