Cuando comenté que iba a estar mes y medio en Jerusalén durante el verano, una de las expresiones más repetidas fue que iba a pasar mucho calor. Todas esas advertencias se han quedado en nada comparado con las temperaturas que me he encontrado al regresar a España. Entre el calor, los incendios, una guerra de la que nadie se acuerda más que por el problema con el gas, la subida de los precios, la recesión y la amenaza de mayores problemas energéticos en el invierno, ver las noticias es un acto de valentía. No sé qué os parece a vosotros, pero a mí cada vez me recuerda más a esas películas de ciencia ficción que tanto se pusieron de moda en los años ochenta del estilo ‘Mad Max’. Si hay un momento en el que una podría preocuparse después de ver un telediario y pedir que paren el mundo para bajarse de él, ese es ahora.
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¿Y la esperanza?
Y yo, que soy una ‘friki’ sin remedio, no puedo evitar acordarme de un tipo de literatura muy habitual en el judaísmo del cambio de era llamado ‘apocalíptica’. Sí, ya sé que el nombre nos suena a todos e incluso, con un poco de suerte, también sabemos que hay un libro en el Nuevo Testamento que se llama así. De hecho, si vamos a la RAE nos encontramos que define la ‘apocalíptica’ como algo “terrorífico o espantoso, generalmente por amenazar o implicar exterminio o devastación”. Vamos, que la situación que nos ofrece la actualidad podría ser calificada como ‘apocalíptica’ sin que resulte demasiado exagerada. Pero, por más que el término nos sea familiar, creo que se nos escapa un elemento esencial que sí tenía la ‘apocalíptica’ judía y que ahora es más escaso: la esperanza.
En el fondo, debajo del ropaje de símbolos, imágenes violentas y aparente destrucción, el mensaje que se pretendía transmitir es que, antes o después, el Dios que es Bueno y Justo pondría negro sobre blanco y decantaría la realidad poniendo a cada uno en su sitio. Más que una amenaza para los injustos y violentos, que también lo era, se pretendía recordar esto para renovar la esperanza de quienes sufrían en sus carnes el comportamiento ajeno y eran víctimas de la opresión. Quizá esta nueva ‘apocalíptica’ en la que se han convertido los periódicos carece de ese efecto esperanzador que nos tendría que recordar que habrá “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1), pero sí que nos puede animar a quienes nos sabemos en las Buenas Manos de Aquel que es Bueno y Justo a buscar motivos para la esperanza y a comprometernos más con esa nueva humanidad que el Señor sueña.