Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

La otra Luz


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Una de esas frases de mi infancia que se me ha quedado tatuada en la memoria era eso que decían mis padres de: “Apaga la luz, que Iberdrola es rica y nosotros no”. Siempre he creído que esta sentencia o cualquiera de sus versiones, que animan a no dejar las luces encendidas sin necesidad, era uno más entre todos esos dichos que deben entregar a los padres primerizos en el hospital cuando nacen sus bebés. Pero, por más que me caló hasta el punto de generarme un impulso irrefrenable que me hace apagar luces allá por donde voy, no es comparable con la tensión cotidiana de saber que el costo de la luz no para de batir récords día a día. Por más que me lo intenten explicar, no consigo entender el motivo por el que se ha multiplicado de este modo el importe ni por qué los megavatios por hora alcanzan precios bochornosos.



Planchar, “ocio nocturno”

No creo ser la única atenta a la hora para poner una lavadora o que está a punto de convertir la plancha en “ocio nocturno”. Aun así, no puedo evitar que esta situación me recuerde un poco a la teología de Juan. El cuarto evangelio juega constantemente con las resonancias que tiene la luz para todo ser humano. No solo la necesitamos para vivir, por más cara que esté, sino que esconde una fuerza que vence todo lo oscuro. La llama más frágil y trémula es capaz de brillar por encima de las tinieblas más lóbregas, como no se cansa de repetir el evangelista desde el prólogo (cf. Jn 1,5). No hay rincón sombrío que no sea iluminado por una pequeña chispa.

puequeños gestos con los que continuar nuestra conversión ecológica mirando hacia Laudato Si'

Quizá lo más sugerente es que Jesús se define a sí mismo como la luz del mundo, de modo que seguirle a Él implica dejar a un lado la oscuridad del camino y avanzar hacia una vida iluminada (cf. Jn 8,12). Y, claro, con la mentalidad que las empresas eléctricas nos están inculcando, cabría preguntarnos cuánto nos va a costar un poquito de su resplandor y en qué horas conviene acercarnos a Él para que resulte asequible a nuestros bolsillos. No nos engañemos porque, a pesar de que su Presencia en nuestra vida es un regalo, no podemos definir como “barato” esto de “creer en la luz” y ser “hijos de la luz” (cf. Jn 12,35-36). Esta es la gran paradoja: lo gratuito no siempre es barato… ¡aunque valga la pena!