“Amor” es una de esas expresiones que los expertos llaman polisémicas, es decir, una palabra que tiene muchos significados. Es difícil encontrar un término que pueda significar cosas tan disímiles para diferentes personas. Para los cristianos es “el primer mandamiento”, pero podemos tropezar con la misma palabra tanto en la portada de los libros piadosos como en las carteleras de los cines que ofrecen obscenidades.
Incluso aquella venerable expresión cuyo origen se remonta hasta los comienzos mismos de nuestra cultura judeocristiana – “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deut 6,5) – puede ser hoy una frase desconcertante para muchas personas. El amor como se lo entiende en los Evangelios tiene poco en común con acalorados romanticismos. En los labios del Maestro de Galilea, amar es el valor de dar muerte al propio egocentrismo, es la capacidad de olvidarse de uno mismo, de salir de sí y abrirse a los demás. Ciertamente un significado muy lejano al que hoy habitualmente se le da a esa palabra.
Pero quizás una de las expresiones más desconcertante de los evangelios sea aquella que nos habla del amor con referencia a los enemigos. ¿Qué se quiere decir cuando se dice que hay que “amar a los enemigos”? Desde hace dos mil años la Iglesia reflexiona sobre esa expresión, pero en la actualidad hay que agregar a esas especulaciones un elemento novedoso y sorprendente: en nuestros días son muchos los que aman tener enemigos (que no es lo mismo que amar a los enemigos). Se aman los enemigos porque ofrecen un bien muy escaso y tan necesario como el aire o el agua: aunque sea paradójico y asombroso los enemigos ofrecen un sentido para la vida. Mejor dicho, ofrecen un sentido a quienes son incapaces de encontrar un sentido a sus vidas.
Cuando se pierde el significado y la experiencia del “amor” desaparece también el significado de la vida misma. Quien es incapaz de olvidarse de sí mismo y abrirse a los demás queda atrapado en su propio narcisismo. Quien es incapaz de trascenderse se convierte en intrascendente, en algo vacío y vano, en primer lugar para sí mismo. Entonces aparece en escena la necesidad de oponerse a algo o a alguien, de ser alguien por oposición a otro, de definirse a sí mismo no en forma positiva (por lo que uno es) sino en forma negativa (por lo que uno no es). Solo queda el camino de ser diferente de aquello de lo que el propio narcisismo pretende diferenciarse. Entonces para sobrevivir a la propia intrascendencia urge tener enemigos.
A nivel grupal o social ocurre algo similar. El individualismo y los narcisismos compartidos se convierten en egoísmos colectivos. Entonces el “nosotros” solo puede construirse en comparación o en competencia con respecto a “ellos”. Puede ser un “nosotros” nacionalista, religioso, ideológico o de cualquier tipo; pero, en todo caso, es un “nosotros” vacío que solo puede comprenderse y experimentarse en la oposición y en el conflicto.
Muy cerca de ti
Cuando Moisés presenta al pueblo los preceptos de la ley, que comienzan con el mandamiento del amor, también les recuerda a los judíos que aquello que Dios les pide no es algo lejano o inaccesible: “Este mandamiento que hoy te prescribo no es superior a tus fuerzas ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo … ni tampoco está más allá del mar … No, la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón” (Deut. 30,14).
Cuando mucho tiempo después Jesús hace reflexionar a un doctor de la ley relatándole la parábola del buen samaritano, le muestra las acciones de un hombre que ante el dolor ajeno “se conmovió”, se dejó llevar por su corazón y socorrió al herido (Lc 10, 29-37). Se trata de acciones que se desarrollan en ese orden: conmoverse, dejarse llevar, socorrer. En los evangelios el amor no es un significado para definir sino un impulso para actuar.
El mensaje que llega hasta nosotros es claro: es necesario no quedar atrapado por la confusión que nos rodea y evitar enredarse en complejos razonamientos – ¿qué es el amor? ¿quién es mi prójimo? ¿cómo se ama al enemigo? – las respuestas a estas preguntas no se encuentran en google ni en los libros. Para responder hay que “conmoverse”, dejar que nos guíe lo mejor que hay en nosotros mismos: “la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón”.