¿Qué pueden tener en común estos dos términos? Parecen, a primera vista, pertenecer a dos mundos diferentes. En el primer caso hablamos de “pastoral”, es decir que nos referimos a una actividad a desarrollar; a algo que se debe llevar adelante con el acompañamiento y el impulso de los pastores. En el caso de la comunicación, se trata de un desafío para muchos impostergable. Es una obviedad decir que en estos tiempos en los que la comunicación empapa hasta los últimos rincones de la vida, urge profundizar en todo lo que se refiere a la comunicación humana y trabajar intensamente en una mejor comprensión de estas cuestiones. Y no solo reflexionar, urge también avanzar sin demoras en las acciones necesarias para lograr una mejor y más eficaz comunicación en la Iglesia y entre la Iglesia y las sociedades en las que ella está presente.
Por otra parte, y en un ámbito que aparentemente no está relacionado con la comunicación, la comunidad eclesial debe enfrentar el fenómeno del clericalismo, y en esta cuestión también la urgencia de reflexionar y actuar es apremiante. Es suficiente escuchar todo lo que dice el Papa sobre las gravísimas consecuencias que ha tenido y tiene, para la vida de la Iglesia, ese clericalismo que penetra las estructuras y deforma las mentes y, además, paraliza la evangelización.
Sin embargo esos dos mundos (comunicación y clericalismo) que parecen pertenecer a diferentes galaxias coinciden en algo: nadie puede con ellos. O, para ser menos extremistas, en cualquiera de los dos casos, las dificultades para avanzar resultan de una complejidad sorprendente. Como se estrellan las olas contra las piedras, ante las más diversas circunstancias, una y otra vez, se llega a la conclusión de que se está ante un “problema de comunicación” sin solución posible, y, curiosamente, también a cada momento, los mejores proyectos naufragan al encontrarse con esos laberintos jurídicos o mentales que se pueden englobar bajo el genérico nombre de “el clericalismo”. Para decirlo de una manera más simple: ¿acaso en casi todas las reuniones de los ambientes eclesiásticos no se llega a la conclusión de que se está “ante un problema de comunicación” o a la conclusión de que “la culpa la tienen los curas”?
Es probable que no se trate de dos cuestiones tan distantes la una de la otra. Es más ¿no serán las dos caras de una misma moneda? Si así fuera no nos encontramos ante un problema, sino ante una solución. Quizás en “la pastoral de la comunicación” se encuentre un antídoto para esa plaga llamada “clericalismo”; quizás para superar esa enfermedad es urgente y necesario avanzar por el camino de una valiente y creativa pastoral de la comunicación que transforme y purifique la comunicación entre los miembros de la Iglesia y entre ésta y la sociedad.
Ampliar la mirada
El primer paso, debería ser ampliar el concepto de “pastoral de la comunicación”. Habitualmente, con ese término, se hace referencia a las cuestiones que se relacionan con los medios de comunicación social. De hecho, hasta hace poco, se la denominaba “pastoral de los medios de comunicación”. Hoy, los medios de comunicación han dejado de ser un ámbito de la sociedad y se han transformado en la atmósfera en la que las sociedades viven. La revolución tecnológica a la que asistimos nos ha permitido descubrir hasta qué punto en las relaciones humanas “todo es comunicación”. Es un error pensar que los medios de los que disponemos han convertido las sociedades en “sociedades de la comunicación”; siempre ha sido así, las actuales tecnologías solo lo han puesto de manifiesto en forma dramática.
Una renovada pastoral de la comunicación debería reflexionar sobre el fenómeno de la comunicación humana que siempre es “comunicación social”. Hasta las relaciones más íntimas entre dos personas están influídas y condicionadas por la sociedad en la que esas relaciones se establecen. Hasta la comunicación más personal con Dios se desenvuelve siempre en el contexto de una cultura, una historia, un ambiente social, que no solo actúan como mediaciones sino que incluso la hacen posible.
La Iglesia Católica, por ser ella misma comunión y por contar con una tradición de reflexión extraordinaria sobre estos temas, está en condiciones de ofrecer un aporte de incalculable valor. Es necesario plantear la pastoral de la comunicación con una perspectiva diferente, más amplia, más profunda. Desde allí, será posible observar también que, fenómenos como el clericalismo, son también “fenómenos comunicacionales”, enfermedades de la comunicación; concepciones de la vida y de la Iglesia que “generan ruidos”, distorsionan la comunicación. Para decirlo en términos más teológicos: obstaculizan la acción del Espíritu Santo que es el alma y la vida de la Iglesia.
Clericalismo y comunicación
Una concepción excesivamente “clericalizada” de la comunicación social pretende arrinconar la pastoral de la comunicación en el estrecho mundo de la relación con los medios. Según esa manera de ver las cosas hay que diferenciar entre una comunicación “hacia adentro” y otra “hacia afuera” de la Iglesia. En realidad, existe una única comunicación, nos comunicamos hacia afuera según sea nuestra comunicación hacia adentro. Si hacia adentro de la comunidad eclesial se establece una comunicación enferma de secretismos y manipulaciones (clericalismo), la comunicación con la sociedad padecerá esos mismos males. Si se logra una comunicación transparente en las comunidades la presencia en la sociedad también será igualmente clara y la evangelización eficaz.
Una pastoral de la comunicación debería ser una “pastoral de la transparencia”, una reflexión y una acción destinadas a identificar y superar los obstáculos y a facilitar la libre circulación del Espíritu, en las personas y las instituciones.