Al pensar en paz social, posiblemente lo que nos venga a la mente es pensar en una sociedad en la cual sus integrantes viven felices. Una paz social podría ser sinónimo de una sociedad feliz. Pero ¿cómo lograrlo?
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A veces, para comprender la importancia de algo, se nos hace más fácil pensar en qué pasaría si no tengo ese “algo”. En el caso de la paz social, ¿cuál es el costo que pagamos al no tenerla?
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) indica que “la paz no solo es la ausencia de conflictos. Convivir en paz consiste en aceptar las diferencias y tener la capacidad de escuchar, reconocer, respetar y apreciar a los demás, así como vivir de forma pacífica y unida. Es un proceso positivo, dinámico y participativo en que se debe promover el diálogo y solucionar los conflictos con un espíritu de entendimiento y cooperación mutuos”.
La ONU apoya el mantenimiento de la paz mediante la promoción de los derechos humanos, de los derechos constitucionales, del Estado de derecho y de la organización de elecciones. Así, en una sociedad sin paz social, hay guerra, conflictos, y las personas no se respetan unas a otras, ni se escuchan ni aprecian.
Pero, para trabajar por una verdadera paz social, ¿será suficiente con promoverla prevención del conflicto, el Estado de derecho y los derechos humanos?
La Paz Social: Fundamentos en la Verdad, Justicia, Amor y Libertad según San Juan XXIII
San Juan XXIII, en su carta encíclica ‘Pacem in terris’ del 11 de abril de 1963: “Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”, expone cómo debieran ordenarse las relaciones entre las personas y entre éstas y los Estados para mantener y lograr la paz social, la paz en la Tierra.
En esta Carta Encíclica, San Juan XXIII expone cuál es el orden que debiera regir en las sociedades para que haya paz social: por ejemplo toda persona humana es libre y está sujeta a derechos y deberes; tiene el derecho a la existencia ya un “decoroso nivel de vida”; a la verdad, a la cultura, a la libertad religiosa, a la familia y los padres tienen derecho a mantener y a educar a sus hijos. También se enumera y explica los derechos económicos, como el de la propiedad privada, así como otros elementos de libertad de la persona en una sociedad, como el libre derecho de reunión, de emigración y de participar en la vida pública.
Hasta allí estos derechos enumerados y explicados en la carta encíclica de Juan XXIII y las características de una sociedad en paz descrita por Naciones Unidas, son bastante similares entre sí, coinciden en sus elementos básicos.
Sin embargo, la Carta Encíclica de San Juan XXII va más allá cuando, en el punto 35, describe que los fundamentos de la convivencia humana son la “Verdad, justicia, amor y libertad”. Su Santidad describe que para que una sociedad sea congruente con la dignidad humana, debe fundarse en la verdad, y sus integrantes deben respetar sus derechos y sus deberes hacia los demás; pero, además, deben estar movidos “por el amor de tal manera que sientan como suyas las necesidades del prójimo y hagan a los demás partícipes de sus bienes, y procuren que en todo el mundo haya un intercambio universal de los valores más excelentes del espíritu humano”.
Su Santidad continúa desarrollando este punto indicando que toda sociedad humana tendría que ser considerada como de orden espiritual, es decir que nos impulse, “iluminados por la verdad”, a desear los bienes del espíritu, y a sentirnos inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de nosotros mismos.
Tres elementos sobresalen de lo expuesto anteriormente: que el ser humano debiera sentir como suyas las necesidades del prójimo, que debiéramos ser perseverantes en dar lo mejor de nosotros mismos hacia nuestro entorno, y que las necesidades de las sociedades no solo son de orden material sino también espiritual.
La Paz Social: Un camino hacia la convivencia pacífica y el respeto mutuo
La paz social, según esta maravillosa carta encíclica va mucho más allá que lograr que en una sociedad se promuevan y respeten los derechos humanos. Claro, esto de por sí es difícil de lograr, lo vemos en la mayoría de países en desarrollo en donde muchos derechos son vulnerados a las mayorías de las poblaciones. Pero la paz social a la luz del Evangelio, tal como nos la describe San Juan XXIII, además de promover los derechos humanos y la convivencia pacífica entre los miembros de una sociedad, promueve también una exigencia espiritual en cada uno de nosotros, y una entrega hacia el otro. Promueve que sintamos como propias las necesidades ajenas y que demos lo mejor de nosotros mismos al prójimo, siempre a la luz de la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
Juan XXIII recuerda que Cristo resucitado se presentó a sus discípulos diciéndoles: “La paz esté con ustedes” (Jn 20,19). Esta paz que nuestro Redentor nos dejó, la tenemos que promover no solamente defendiendo nuestros derechos y cumpliendo con nuestras obligaciones, sino entregándonos a los demás, y con la oración.
Es una exigencia fuerte, sí. Sin embargo, lo podemos lograr mediante nuestra entrega cotidiana al prójimo, con detalles tal vez sencillos, pero impulsados por una intención genuina y verdadera, en la búsqueda de la justicia y la paz.
Trabajar por la paz social a la luz del Evangelio nos exhorta a extender nuestra mano solidaria al prójimo para motivarlo y ayudarle a que él también viva decorosamente en lo material, pero también en lo espiritual.
La recompensa nos la dará nuestro Redentor Jesucristo: “Asimismo, el que dé un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, porque es discípulo, no quedará sin recompensa: soy yo quien se lo digo” (Mt. 10, 42).
Aceptemos pues, día a día, momento a momento, la invitación de Nuestro Señor Jesucristo, de trabajar por construir el Reino de Dios en el mundo mediante acciones justas, solidarias, hacia nuestra familia y nuestro entorno, entregándonos con alegría, para encontrar así nuestra verdadera vida porque “El que vive su vida para sí, la perderá y el que sacrifique su vida por mi causa, la hallará” (Mt. 10, 39).
Por Virginia Barrios Fuentes. Licenciada en economía por la Universidad Rafael Landivar y exalumna de la Academia de Latinoamericana de Líderes Católicos