Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

La ‘Piedad’ de Albina Yaloza


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La Piedad de Albina Yaloza es una obra dolorosa. La composición –ya realizada en la fachada de Aranzazu por Sanz de Oíza- presenta a la Virgen María en pie ante su hijo mientras Él yace mutilado en el suelo.

Yaloza pone a María sobre el Cristo. Parece como cuando uno juega de niño con figuras y la rigidez de estas impide que hagan los gestos que uno pretende. Solamente puede resirgnarse a que se aproximen y torpemente parezca que se dan la mano o abrazan.

De igual modo, la Virgen María se acerca como puede a su Hijo, le toca con el pie. Parece presa de la forma escultórica que le han dado. Quisiera echarse sobre Él y fundirse en un abrazo, pero apenas puede sino tocarle con el muñón de pie que tiene.

Piedad cuadro de Albina Yaloza

La Virgen María de la Piedad de Yaloza es una Virgen rota, mutilada. Sus piernas parecen no tener sino muñones en vez de pies. Los brazos también están partidos. Su brazo derecho muestra el clavo donde iba articulado el resto de la figura. Es una madre partida a la que incluso le han quitado los brazos para que pueda acoger el cadáver del Hijo.

El rostro es terrible. La Santa Madre cierra los ojos y el patetismo de su boca forma un gesto muy expresivo, que va mucho más alá del hieratismo antiguo. Es una faz casi mortuoria, le lleva a un interiro muy profundo, parece que siente que el corazón se le ha partido, que algo fundamental se ha quebrado en su interior. Expresa dolor físico, está traspuesta, casi se echa atrás o no parece que pueda sostenerse. Sin embargo, la Mater Dolorosa permanece sobre su Hijo, cuyo cuerpo acaban de descender de la Cruz.

Abajo, el Cristo muerto, árbol caído, resto de naufragio, estatua carbonizada, tan maltratado que apenas es reconocible. El tiempo ha destruido la estatua, a la que le faltan brazos y pies. Es una imagen y signo quemado. Parece que nuestra cultura moderna sea esa Madre incapaz de tomar en sus brazos al signo de Cristo. La cara de María es dolor de no poder acoger y abrazar los signos del Evangelio.

En el suelo, la estatua que usa Yaloza para representar al Jesús ejecutado y descendido tiene la cabeza inclinada hacia su lado izquierdo, pero tumbado ahora parece que levanta su cabeza hacia la Madre, incluso después de muerto.

Una escena en dos partes

La división abstracta del conjunto de la escena en dos partes crea un horizonte existencial de tierra yerma y desalada en la que se encuentra el cuerpo tirado de Cristo, y un firmamento nocturno en el que una luz lunar ilumina el rostro de la Madre. El Cristo quemado –propio de guerras que bombardean o queman iglesias- yace sobre tierra quemada. Esa reiteración multiplica el dramatismo de la escena. El paisaje quemado se extiende al infinito, un lejano horizonte no da señales de esperanza y hace que este misterio doloroso persista como algo que se repite una y otra vez en la historia entre tanta madre e hijo que sufre la misma pasión.

El cuerpo quemado de Cristo no alude solamente a los signos quemados por el cansancio, la rutina, el olvido o la represión. Designa también las vidas quemadas y los cuerpos quemados de tantos hombres en la Historia. EL cosmos se hace infinito ante ellos, ante el solo hecho de ese encuentro doloroso de madre e hijo.

Ahora, en esta memoria de la Piedad de Yaloza, Hijo y Madre forman otra Cruz inversa a aquella de la que colgó hasta hace un momento. Ella es el pie y Cristo la traviesa. De ellos cuelga el dolor del mundo; de esa nueva cruz formada por Madre e Hijo el mundo pende de un hilo.

Referencias

Todas las imágenes proceden de Ya Gallery (Yaloza, 2017).