Se ha hecho público el mensaje del Papa Francisco para la III Jornada Mundial de los Pobres que se realizará el 17 de noviembre de 2019. Una vez más, siguiendo fielmente las enseñanzas del Maestro de Galilea, Francisco pone en el centro del escenario el drama de la pobreza y el escándalo de la riqueza. No se trata desgraciadamente de algo nuevo, es una situación que atraviesa la historia desde el comienzo. Quizás la novedad resida en que nunca como hoy la humanidad cuenta con los recursos económicos y técnicos para solucionar esta tragedia. Solo la política y la codicia parecen obstaculizar el camino.
Mirar las cosas con perspectiva histórica permite además descubrir que, en todas las épocas, no solo ha habido pobres sino que la misma definición de qué es la pobreza ha cambiado una y otra vez. Se trata de algo relativamente novedoso relacionar claramente la pobreza con la justicia, o, mejor dicho, con la injusticia. Durante siglos, la pobreza de millones de personas y sus condiciones de vida inhumanas fue abordada como algo “natural”, como si se tratara de un fenómeno climático que en nada estuviera relacionado con decisiones humanas. En ese contexto, no es de extrañar que la pobreza fuera vista como “inevitable” y hasta como una expresión de “voluntad divina”.
Al calor de esas concepciones, creció en la Iglesia una visión bastante torpe de la caridad entendida como beneficencia y la aceptación como “normal” de la existencia de mendigos que en las puertas de las iglesias esperaban una limosna de aquellas almas que minutos antes habían estado en presencia de Dios. Hoy nos preguntamos con asombro ¿a qué Dios oraban? ¿cómo lograban conciliar sus riquezas con las palabras y los gestos del Maestro? Pero, ¿acaso podemos usar los verbos en tiempo pasado? ¿No seguimos presenciando ese escandaloso espectáculo?
Otras pobrezas
Sin embargo, no deberíamos dejarnos atrapar fácilmente por las actuales definiciones “socioeconómicas” de la pobreza. Cada generación habla de la pobreza con relación a su concepción de la riqueza. En nuestro tiempo, en el que la riqueza de pocos es un atractivo irresistible hasta para quienes la critican, la pobreza tiende a reducirse solo a su aspecto económico, que no es el único.
El recordado Cardenal Carlo María Martini, en su libro “Todos estamos en la misma barca” se atreve a definir a los pobres desde una perspectiva diferente. Para el exarzobispo de Milán los pobres son “los que no saben cómo hacer en cosas esenciales, frente a los hombres y frente a Dios. No saben cómo ayudarse en la casa, en la vida cotidiana e incluso en el camino religioso.” No habla de la pobreza describiéndola con respecto a la riqueza; la define en sí misma. La define como una carencia de conocimientos, pero no de cualquier conocimiento, sino de uno muy específico: no saben cómo hacer. No es que no sepan nada; no saben cómo se hacen algunas cosas. Especialmente no saben “cosas esenciales”: cómo relacionarse con otros, con Dios, consigo mismos. No saben cómo organizar su casa ni su familia, no saben juntarse con otros para defenderse, ni cómo pedir ayuda.
Esta manera de hablar puede chocar con la experiencia que nos enseña que algunas personas que viven en una dura situación de pobreza material saben cómo hacer, se organizan, se defienden, forman familias maravillosas. Sin duda, esto es así; no obstante, cada día, aumenta la cantidad de los que, además de no tener nada, no saben cómo hacer. Son los más pobres entre los pobres.
El Maestro se puso a enseñar
La observación del Cardenal es oportuna para extender la mirada hacia esos lugares que llamaríamos “ricos”, en donde se tiene desde el punto de vista económico más de lo necesario, y en donde también crece, de manera sorprendente, el número de los que no saben “cómo hacer en cosas esenciales”. Entre los que tienen una buena casa, un buen coche, estudios universitarios, cada vez son más los que no saben qué hacer como personas. No saben cómo relacionarse con los compañeros de trabajo, con los hijos, con la propia vida. Es suficiente asomarse un momento a la bochornosa vida de muchos “ricos y famosos” para sorprenderse con algunas lamentables historias de drogas y suicidios.
Las palabras de Martini recuerdan aquel pasaje de san Marcos que nos dice que Jesús “vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato” (Lc. 10,25). Habitualmente no relacionamos la compasión con la enseñanza. Jesús se pone a enseñar y sus enseñanzas son justamente sobre “cosas esenciales”, sobre “cómo hacer frente a los hombres y frente a Dios”; sobre “cómo ayudarse en la casa, en la vida cotidiana”; sobre “cómo hacer en el camino religioso”. Él ve a quienes están “como ovejas sin pastor”, perdidos, desorientados, y eso lo conmueve. Entonces hace lo que hay que hacer ante la ignoracia: se pone a enseñar. No comenta la realidad, no busca culpables, no se enoja, no discute. Tiene el texto mucha belleza y conviene repetirlo para volver a contemplar la escena: “eran como ovejas sin pastor y estuvo enseñándoles largo rato”.