Es poco probable que alguno de los que lea este blog viva en la miseria material, vincular y espiritual a la que voy a aludir. Ya acceder a internet supone un mínimo para conectarse a wifi. La pobreza total es una experiencia radical de despojo de toda seguridad y bien personal, que nos deja desnudos y vulnerables a todos los peligros externos e internos que uno pueda imaginar.
- PODCAST: Los cardenales del futuro
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
La pobreza llevada al extremo es una realidad que solo vemos como visita, a ratos, por momentos, en las noticias, en los cuerpos y las miradas de otros, pero es muy extraño experimentarlo en carne propia y sin esperanza de poderla remontar.
El camino que nos mostró el Señor
Sin embargo, este es el camino que nos mostró el Señor y que podemos resignificar en la vida que nos toca para ser más parecidos a él y evangelizar con nuestro testimonio.
La pobreza material es la encarnación de la necesidad en su máxima expresión, sumada a la rabia por vivirla, la impotencia por no poder superarla y el dolor por la indolencia de muchos en la sociedad. No tener recursos económicos para contar con una seguridad en la comida, en el techo, en el abrigo, en la higiene y en la seguridad nos degrada como seres humanos y pone en jaque la dignidad y valor personal.
Sufrimiento físico y emocional
Para empeorar el sufrimiento físico y emocional que todo eso conlleva, está la conmiseración del resto, como si tuviésemos una lepra que evitar. La gran mayoría de las personas rechaza a los más pobres de los pobres como si fueran de una casta inferior; unos fracasados que hay que obviar y evitar para que no se les vaya a “contagiar” su mal. Son solo pocas y bellísimas las personas que se acercan para aliviar y ayudar a superar la pobreza de muchos en la actualidad.
¿Cuál es nuestra opción cristiana? Lo primero será tener efectivamente como prioridad en nuestra vida a los que sufren miseria. Generar oportunidades y aliviar sus necesidades es vital, pero, sobre todo, nuestra misión primera es acercarse a sus corazones, devolverles la dignidad y hacerles sentir hermanos amados. Además, con los propios bienes, administrarlos con la libertad de que no nos pertenecen y que Dios los ha dado para cuidar. Por lo mismo, ponerlos como medios para amar y servir más, pero nunca identificarnos con ellos, ni menos caer en la codicia o el egoísmo, que es el principio del final.
La pobreza vincular
Junto con lo anterior, hay una carencia que cala en los huesos más fuerte que el hambre en el estómago, y es el no tener recursos humanos con qué contar. La miseria más potente es no tener vínculos, redes de apoyo, conocidos, un sistema asequible al que pueda acudir, sabiendo que me acogerán. La falta de educación, los abusos de personas malintencionadas, la manipulación de otros hacen que la pobreza material se vuelva aún más dolorosa al dejar el alma de muchos a la intemperie, sin poder confiar en nadie ni en nada.
Es como si a uno lo soltaran en medio de China, sin dinero, sin conocer el idioma y sin ningún conocido en toda la nación que nos pueda ayudar. La soledad, la incertidumbre, la tristeza y la desesperanza seguro no nos dejarían mucha vida por andar.
Nuestra cruzada
La felicidad está ligada directamente con las relaciones humanas y su calidad. Así lo ha comprobado la Universidad de Harvard, en el estudio del profesor Robert Waldinger, por más de 70 años de investigación. Por lo tanto, además de aliviar lo básico en lo material, lo más importante es reparar el tejido social.
Crear vínculos nutritivos, volver a formar juntas de vecinos, clubes de barrio, centros comunitarios, comunidades de base, academias para niños y jóvenes o cursos para familias y parejas que permitan a las personas salir del individualismo y compartir sus vidas con los demás. Así, no solo tendrán redes de apoyo, sino que crearán lazos de amistad y de confianza que irán sanando nuestra fragmentada sociedad.
La pobreza espiritual
No tiene por qué darse junto con las otras dos, pero también las puede acompañar y se trata de la deshumanización misma, donde se pierde todo norte valórico y ético, con tal de salir adelante y triunfar. La persona se convierte en una fiera, paranoica y agresiva, que genera una selva de vínculos tóxicos, en vez de una comunidad. Cada cual vela por su propio beneficio y no es consciente de la unidad. Se experimentan el vacío, la soledad, el desamor más grande y el sin sentido de la vida, anulando toda virtud y humanidad.
Para revertir esta miseria, que es la gran pandemia silenciosa de la actualidad, Cristo murió en la cruz mostrándonos que la única salida es el amor, la entrega y la fraternidad. Como discípulos suyos, debemos ser conscientes de la complejidad en la que estamos e ir contra corriente, viviendo un nuevo modo de relacionar. Una abundancia espiritual que nos lleve al perdón, la alegría, la generosidad, la paz, la justicia y la libertad.