Hace un par de meses y en plena pandemia me tocó vivir la traumática experiencia del “viejazo” en mi vista. De un viernes para un sábado, mis ojos –de los que me vanagloriaba por su nitidez y capacidad de mirar de cerca y más allá– renunciaron sin avisar y se rindieron frente a la presbicia por mis pasados cincuenta años. Es decir, de un momento a otro me volví más ciega y comencé a ver borroso textos e imágenes que antes eran “pan comido”. La dificultad para ver los detalles y las letras chicas pasaron a ser mi tortura diaria.
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Según la explicación científica la presbicia es una patología visual en la que el lente del cristalino del ojo comienza a endurecerse y a perder flexibilidad, lo que hace más difícil poder enfocar los objetos cercanos. La presbicia suele manifestarse alrededor o después de los 40 años. Si se sufre de presbicia, la persona verá las palabras borrosas cuando esté leyendo, y es posible que necesite más luminosidad, o luz más brillante, para poder ver claramente de noche. Las personas con presbicia comienzan a experimentar dificultades para leer los periódicos, libros, menús y demás objetos a cortas distancias, aun cuando hayan gozado de una visión perfecta toda la vida. Muchos pueden experimentar dolor ocular, fatiga y hasta dolor de cabeza como resultado del esfuerzo adicional al que someten sus ojos.
¿Y qué tendrá que ver todo esto con el espíritu?
Si no cuidamos el ‘cristalino del corazón’, este con las dificultades de la vida –en especial con todo lo que hemos vivido estos últimos dos años de tensión–, sumado a los ritmos acelerados, al teletrabajo, a las crisis de todo tipo y a las exigencias y auto exigencias propias de la incertidumbre actual, puede comenzar a endurecerse y a ponerse menos flexible para amar y servir a los demás. Así, sin darnos cuenta, situaciones que antes nos ilusionaban ahora pueden pasar sin pena ni gloria, experiencias conmovedoras y/o desgarradoras pueden parecernos aburridas y sentirnos insensibles frente a ellas; personas que requieren nuestra atención y/o ayuda, podemos pasarlas de largo; muertes, sufrimientos de enfermedad o cesantía, pueden tenernos saturados de experimentar. Pareciera que la rigidez o dureza de sentir pudiese protegernos de tanta inseguridad y dolor ambiental…
Con ello, sin embargo, estamos aportando a nuestra propia infelicidad y la de los demás, ya que una de sus principales causas es la sensación de “sentirse invisible” y no visto por los demás; que nadie nos pone atención y que tampoco queremos mirar. La pandemia y el dolor experimentado puede producir presbicia por “agotamiento”. No querer más por evitar el sufrimiento y la impotencia que nos da. ¿Será que se nos ha venido ya la presbicia espiritual a la humanidad?
Y sigamos con la metáfora porque aún nos sirve… Dice la explicación médica que cuando a los ojos se les fuerza a ver los detalles, las letras chicas, las cosas de cerca, las personas experimentan fatiga o cansancio. Pienso que pasa bien parecido con la vida. Cuando la realidad que no queremos ver se nos hace evidente, la primera reacción es de rechazo o negación. Como que nos estorba… Cuando un hijo manifiesta detalles que no nos gustan, cuando en mi trabajo hay alguien que requiere mi atención especial, cuando estoy expuesto a las necesidades de otros más pobres, la posibilidad de experimentar hastío o fatiga es grande. Qué decir de todo lo que ya hemos vivido desde que el coronavirus hizo su aparición. Puede que a muchos se les haya endurecido el cristalino del alma y prefieren ver de lejos y pasar de largo, porque se les cansó la vista al hacer tanto esfuerzo.
Sin embargo, la presbicia es una enfermedad que uno no puede pasar por alto mucho tiempo. Más temprano que tarde es necesario buscar un alivio a esta ceguera…la del ojo y la del alma. Es una necesidad imperiosa el ver bien, el apreciar la realidad con nitidez y volver a ser como niños para amar con toda la fuerza y servir con todo lo que somos para sacar adelante a la humanidad herida y cansada de un confinamiento general.
Recomendaciones médicas
En primer lugar, considero importante hacer un buen diagnóstico de nuestra visión interna; en qué medida me estoy deteniendo en lo importante, en esas letras chicas que son las que verdaderamente le dan sentido a mi vida. Un ejercicio práctico, equivalente al examen oftalmológico que realizamos frente al letrero de signos que se van achicando cada vez más, podrá ser anotar en un papel un listado con diferentes columnas: en una de ellas anoten todas las personas que les importan, otra columna asígnenla a las situaciones que le son prioritarias y en una tercera traten de rellenar qué están haciendo por ellas en la forma más concreta posible. Obras son amores… dice el dicho.
En la medida que tengamos nítido cuánto se nos ha endurecido el corazón, podemos empezar a ejercitarlo para lograr que este recupere su flexibilidad. Al fin, se trata solo de la capacidad de amar que tengamos. La gran presbicia del mundo es el haber desandado el camino del amor, haciéndonos indolentes, individualistas, neuróticos y enfermos… no solo del cuerpo, sino que del alma. La presbicia espiritual es cada vez más precoz y masiva en la sociedad actual, pero se puede prevenir y lo mejor aún, sanar.
Vamos al remedio entonces
Aunque ustedes no lo crean hoy existen múltiples maneras de tratar la presbicia con excelentes resultados; en primer lugar, los anteojos. Estos logran artificialmente enfocar las letras chicas y darle claridad a lo que está borroso. Algunas ópticas para el alma pueden ser por ejemplo: el acompañamiento de alguien, textos espirituales, la meditación, la oración, el participar en alguna comunidad de vida, la introspección personal, la ayuda social, los voluntariados, etc.
Algunas personas también han tenido muy buenos resultados con la cirugía, al menos por un tiempo… Quizás nuestro corazón requiere una cirugía mayor para volver a enfocarse. A veces la vida nos manda “cirujanos” que en un primer momento pueden ser dolorosos como una pérdida, una enfermedad o un problema importante, pero que a la larga, si lo tomamos bien, logramos por un tiempo reenfocarnos y priorizar la vida para poder apreciar “la letra chica”.
Una opción muy recomendable para la prevención de la presbicia es la alimentación. Dicen que la zanahoria, los arándanos y algunas hierbas permiten postergar la rigidez del cristalino y optimizar la visión. ¿Qué zanahorias serán las adecuadas para el alma? ¿podrá ser la comunión real o espiritual, los sacramentos, la capacidad de dar gracias, la oración de la noche en donde revisamos lo vivido, el darse el tiempo con agenda en mano para ayudar a otros?
Si notas que tu presbicia espiritual ha avanzado más de la cuenta, busca unos buenos anteojos: Hay hasta en las veredas de las calles, solo se necesita querer mirar como mirábamos cuando éramos niños y elasticar el corazón para amar y servir.