Si se quiere que haya una guerra, lo primero es convencer de que es inevitable, y la impunidad de Netanyahu para liquidar a 30.000 gazatíes es la peor señal posible de que el mundo ha entrado en estado de guerra. Lo primero es resignarse a que hay que armarse hasta los dientes, invertir más en armamento que en diplomacia, ensanchar las divisiones.
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Sin duda, debemos ser conscientes de que, si las cosas siguen así, habrá una guerra en cuanto pasen dos ciclos de elecciones en el mundo. La guerra no pasa, la guerra se construye. Y lo hace en nuestras conciencias, formándonos para ello. Por eso, si no queremos guerra, hay que prepararse para la paz. Sociedad civil e iglesias no se han movilizado por la paz. El estado mental de guerra ha tomado la plaza pública sin oposición.
Es legítima la defensa. Con las guerras de Ucrania y Gaza se ha saltado a la robotización del armamento. Los drones comienzan ya a poder actuar autónomamente para elegir a sus objetivos. La inteligencia artificial es ahora un nuevo general en las batallas. Ante ello, nuestras defensas deben invertir en una nueva generación de armamento. ¿Invertimos en una nueva generación de herramientas para la paz?
La violencia siembra más violencia
La reciente declaración vaticana ‘Dignidad infinita’ nos recuerda que toda guerra siembra una guerra posterior. Toda solución que solo use la violencia siembra más violencia. Por eso, cualquier rearme, como el que se está produciendo en Europa, solamente es legítimo si se invierte mayor cantidad de recursos en la prevención con servicios de inteligencia, en diplomacia y en paz. Y la primera defensa ante cualquier guerra es la dignidad humana. Bajar las defensas de la dignidad humana con la pobreza, la xenofobia, el autoritarismo, la prostitución o el aborto, es atraer la guerra.