El domingo
24 de septiembre. Fiesta de la Virgen de la Merced. Advocación imprescindible en Barcelona a una semana de 1 del octubre y extendida por todo el mundo gracias a la familia Mercedaria. Pedro Nolasco inició su obra en 1218 con la finalidad de redimir a los cautivos cristianos prisioneros en tierras lejanas y hostiles. El santo fundador pondrá la inspiración de esta obra en la misericordia de la Virgen María.
Este año, el 24 coincide en domingo. El evangelio del día, XXV domingo del tiempo ordinario, del ciclo A, identifica a Dios Padre como el dueño de un viñedo que a lo largo del día va contratando a varios trabajadores que están desempleados y que, al final de la jornada, paga el mismo salario a todos, provocando las quejas de los que han trabajado desde la primera hora. Entonces el dueño del viñedo les recuerda que han recibido lo acordado y les pregunta si tienen envidia de que él sea bueno (cf. Mt 20, 1-16).
“Esta injusticia, entre comillas, del dueño sirve para provocar, en quien escucha la parábola, un salto de nivel”, señalaba Francisco en el ángelus. Jesús no está hablando “del problema de empleo y los salarios justos, ¡sino del Reino de Dios!”, señaló.
Esta desproporcionalidad de la bondad de Dios que rompe los esquemas humanos ha de entenderse, señalan los biblistas, en clave genuinamente salvífica. También el Papa hacía este subrayado: “Una salvación que no es merecida, sino dada, de modo que los últimos serán los primeros y los primeros, últimos”.
Y precisamente este es el día elegido por un grupo de “intelectuales” católicos, para hacer público el contenido de una larga carta enviada al papa Francisco el 11 de agosto y de la que no han tenido respuesta. Algunos se han adherido al contenido de la carta y en el momento de su difusión, una web creada para la ocasión –en el contexto español la referencia a la creación de webs alojadas en servidores extranjeros no puede ser más oportuna–, ofreció una lista con las adhesiones: 62 sacerdotes y profesores universitarios de una veintena de países. La intención de la carta se manifiesta claramente en el título, al menos para quienes se defienden con el latín, “Correctio filialis de haeresibus propagatis”, lo que traducido sería “una corrección filial con respecto a la propagación de herejías”. Parece que ha nacido una nueva figura canónica, la “corrección filial” –prima hermana de esa otra innovación en el derecho eclesiástico que fueron los “dubia”–.
El titular está servido. Justo en el día en el que el santoral contempla a la Virgen de la Misericordia –¿somos los demás los nuevos “cautivos”?–. Precisamente en el domingo en el que el evangelio presenta la Bondad infinita de Dios frente a quienes ponen el centro de la vida religiosa en la pureza.
La carta
A lo largo de 28 páginas, la carta afirma “que el Papa, a través de su exhortación apostólica Amoris laetitia, como también por otras palabras, actos y omisiones que se le relacionan, ha sostenido siete posturas heréticas en referencia al matrimonio, la vida moral y la recepción de los sacramentos, y ha provocado que estas opiniones heréticas se propaguen en la Iglesia Católica. Estas siete herejías son expresadas por los firmantes en latín, la lengua oficial de la Iglesia”.
La base sobre la que sustenta esta corrección, para los autores del texto, está en que Francisco no ha establecido como dogma ninguna de las propuestas pastorales de Amoris laetitia. Por lo tanto, los firmantes, católicos sin tacha en lo que a compresión del dogma se refiere, se sienten obligados a “romper el silencio” ya que “los pastores de la Iglesia están desviando al rebaño”, empezando por Francisco. Se llega a afirmar en la presentación del texto: “No ha declarado que estas posturas heréticas sean enseñanzas definitivas de la Iglesia, ni aseverado que los católicos deben creer en ellas con el asentimiento propio de la fe. La Iglesia enseña que ningún papa puede declarar que Dios le ha revelado alguna nueva verdad, que debería ser creída obligatoriamente por los católicos”. ¿Hacer un pronunciamiento ex cathedra en virtud de la autoridad papal no parece de la mejor manera de presentar las orientaciones pastorales que han surgido de dos sínodos?
Los pasajes heréticos quedan situados en los siguientes números de Amoris laetitia: del 295 al 305, el 308 y el 311. Los autores entienden que el Papa se reafirma en lo dicho en estos números, enumerando algunos hechos concretos de Francisco: la no respuesta a los cardenales de los “dubia” –que, por cierto, no firma ninguno de ellos esta misiva–, el papel activo del pontífice en la relación final del sínodo, la ratificación de sus palabras en alguna intervención a través de otras personas como es el caso del cardenal Schönborn –no se citan las respuestas dadas por el cardenal Gerhard Müller, quien se hizo muy presente en los medios durante el último año al frente de Doctrina de la fe y que en este sentido sigue muy locuaz–, el apoyo papal a las directrices de los obispos argentinos o de la diócesis de Roma, la trayectoria y el nombramiento de Vicenzo Paglia como presidente de la Pontificia Academia para la Vida –en la que se ha hecho una renovación integral de sus miembros– y gran canciller del Pontificio Instituto Juan Pablo II –totalmente “reseteado” hace una semana, por emplear el verbo tan oportuno del editorial de Vida Nueva– o del cardenal Kevin Farrell para el nuevo Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.
Tras estos antecedentes, llegan las herejías que se basan, en palabras de los manifestantes, en que “el Papa, de manera directa o indirecta, ha apoyado la creencia de que la obediencia a la Ley de Dios puede ser imposible o indeseable, y que las Iglesia debiera, a veces, aceptar el adulterio como un comportamiento compatible con la vida de un católico practicante”.
Las causas
El documento busca también iluminar la realidad y entender por qué dos asambleas sinodales y su posterior exhortación apostólica con la firma de Francisco nos han llevado a esta deriva herética. Esta parte de llama “Dilucidación” y apunta dos causas: el “problema del modernismo” (sic) y la “influencia de Martin Lutero”.
“La gran y continua confusión que el Modernismo ha causado en la Iglesia Católica, obliga a los firmantes a describir el verdadero significado de fe, herejía, revelación y magisterio”, advierten los firmantes con una presumible gran preocupación pastoral. Las referencias a esta forma de pensamiento, coronadas con una serie de 16 sentencias firmes sobre los conceptos clásicos de la teología dogmática y que apenas contemplan el camino que la Iglesia ha hecho desde Pío X hasta hoy –solo veo una cita del Vaticano II, interpretada a la luz de otra del Vaticano I–.
Por lo que se refiere a Lutero, famoso “heresiarca alemán”, la carta no se refiere solo a la postura del iniciador del protestantismo sobre el matrimonio, el divorcio, el perdón o la ley divina. También sancionan el “elogio explícito y sin precedentes que el papa Francisco” le ha dedicado en el acto ecuménico en Suecia el 31 de octubre de 2016, o en la audiencia dos semanas antes en la que se colocó una estatua de Lutero. También acusan al Papa de que “el 15 de enero de 2016 se concedió a grupo de luteranos fineses la Santa Comunión en el curso de la celebración de la Santa Misa que tuvo lugar en la basílica de San Pedro”. Dicho todo esto, los firmantes “garantizan al papa sus oraciones y solicitan su bendición apostólica”.
Ciertamente, recuperar la dialéctica del modernismo recuerda tanto a los pontífices que se resistieron a determinadas circunstancias históricas. Releyendo el libro de José Ignacio González Faus La autoridad de la verdad. Momentos oscuros del magisterio eclesiástico (2ª edición, 2006, editorial Sal Terrae), parece que la historia ha hecho una pirueta. Quedándonos con las fuentes históricas que rescata el libro, parece que el mundo se ha puesto del revés. Hace más de un siglo los papas condenaban la electricidad como manifestación del modernismo, que no dejaba sitio para Dios. Hoy soy canonistas, historiadores, banqueros, blogueros conservadores o simplemente impulsores de la misa en latín, quien acusan al Papa de modernista igual que entonces se acusaba a la bombilla.
Esta obra se abre con una serie de citas interesantes en esta situación, una de ellas es del cardenal Kasper: “Si la fe cristiana es histórica por razón de su mismo objeto, ello significa que uno no puede sustraerse de los problemas que nos plantea hoy la historia, a base de retirarse a un presunto espacio interior de la fe o de acabar con las cuestiones históricas declarándolas irrelevantes. Tal huida de la historia se intenta actualmente de dos formas. Se pone la fe de la Iglesia como dimensión última, que responde de sí misma y es su propia garantía, a fin de poder refugiarse luego en ella sin plantearse ningún problema, aun en el caso de que la historia no deje de plantearlos (peligro católico)…” Vaya con el fuego amigo.