“¿Por qué muchos jóvenes se distancian de la participación en la vida de la Iglesia? ¿La Iglesia es para ellos indiferente e irrelevante? ¿Están convencidos de que poco o nada pueden esperar de ella? ¿Nos acercamos los cristianos adultos a los jóvenes sin miedos ni halagos, sin desconfianzas ni represiones?”. Así comenzaba don Ricardo Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal Española, el discurso inaugural de la Asamblea Plenaria de Obispos este lunes 16 de abril. En el primer y más extenso punto abordado durante su locución nos dejaba entrever de manera discreta las orientaciones del trabajo tan necesario que como Iglesia debemos discernir y llevar a cabo conjuntamente.
Jóvenes que deseamos una Iglesia que sepa escuchar nuestras quejas, insatisfacciones o incluso decepciones, así como nuestras expectativas y deseos profundos; también nuestra manera de entender y de soñar la Iglesia. Deseamos una comunidad eclesial y unos pastores que nos permitan asumir la responsabilidad que como jóvenes laicos estamos llamados a desempeñar, sintiéndonos protagonistas en la tarea de hacer presente la buena noticia al hombre y a la mujer de hoy.
“Construir una Iglesia que sea hogar”
Las y los jóvenes en este momento histórico y eclesial nos sentimos llamados a ser agentes activos de transformación del mundo según el proyecto de Dios y miembros de pleno derecho de la comunidad eclesial, acompañados y en comunión con pastores y con los demás carismas y ministerios que enriquecen al pueblo de Dios. Para ello, es necesario rehuir de las formas paternalistas y maternalistas con las que a veces se nos acompaña, demandando una relación propia de adultos que se saben corresponsables y unas relaciones que estén asentadas en la confianza mutua, el respeto y la libertad propia de las hijas e hijos de Dios.
Nos hacemos eco de las propuestas que jóvenes de distintos ámbitos sociales y carismas han ido aportando en todo este camino recorrido con la mirada puesta en el Sínodo de Obispos para el próximo mes de octubre, resaltamos la urgente demanda de construir una Iglesia que sea “hogar” acogedor sin distinción de todos, dialogante, servidora, acogedora, integradora, atrevida y creativa. Capaz de renovar el lenguaje para hacerlo sencillo, cercano y actual de manera que posibilite la comunicación con los jóvenes.
Una Iglesia capaz de escuchar a la juventud en un plano de igualdad y de absoluto respeto de los procesos de cada joven. Una Iglesia que sea capaz, desde la luz que proyecta el Resucitado, de reconocer el papel y el protagonismo de las mujeres dentro de la comunidad eclesial y en la tarea de anunciar el Evangelio. Una Iglesia que en sus estructuras aplique los principios y valores del Evangelio y sea capaz de reconocer la dignidad y el valor de las mujeres en plano de igualdad con los hombres como lo hizo Jesús de Nazaret.
Necesitamos caminar juntos, nuestra fe nos obliga a caminar juntos, y levantar la mirada y dirigirla en la misma dirección, hacia el horizonte que nos alumbra el proyecto humanizador del Reino y hacerlo teniendo en cuenta a todas/os las/os compañeras/os que Dios nos pone en el camino sin despreciar a nadie. Para juntos, discernir los signos de los tiempos, para servir mejor a los más pequeños, a los más débiles, a los que se encuentran al margen del camino, creando relaciones que ayuden a la integración y promoción de todas y todos, haciendo posible un mundo donde hijas e hijos de Dios Madre-Padre vivamos con dignidad.
Poner al desfavorecido en el centro
Necesitamos una Iglesia experta en humanidad que promueva todos los carismas e irradie la luz del Evangelio a las y los jóvenes que queremos ser fruto fecundo para la construcción de un mundo y una sociedad donde la persona sea lo primero y ocupe el centro de la vida. Queremos ser vino nuevo que ayude a construir las relaciones y estructuras nuevas que hagan posible un mundo sin discriminaciones, donde sea posible un nuevo modelo de persona y de relaciones fundadas en el “sueño de Dios manifestado en Jesús”, relaciones que garanticen el crecimiento de todas y todos donde las personas, y sobre todo las más desfavorecidas, sean el centro de toda decisión.
Unas relaciones enraizadas en los sentimientos de un Dios que es Madre-Padre que tiene una mirada y unas entrañas de madre, que incorpore y fomente una sensibilidad especial hacia las personas empobrecidas y el cuidado de nuestra madre tierra. Que se ejerza con valentía la dimensión profética y denunciar las causas que provocan el sufrimiento de las personas empobrecidas por este sistema, a la misma vez que generar y encarnar alternativas que alumbren el nacimiento de ese otro mundo posible.