La rebelión de los dónuts


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Parece que estamos llegando al ‘momento Babel’, que queriendo construir una nueva y perfecta sociedad, hasta llegar a quitar las zapatillas a Dios, nos inventamos un nuevo palabrerío que, más que comunicar, confunde. Estamos llegando a la perversión del lenguaje, y digo perversión porque una corriente tan persistente guarda siempre intenciones e intereses ocultos.



Las palabras expresan la esencia de las personas, de las cosas, de las experiencias y de los acontecimientos. Son un maravilloso icono de la realidad que encierra un rico contenido, creando una correlación entre el interior y el exterior de las personas. Con ellas creamos un mundo con un andamiaje lógico y racional formado de recursos correlativos que el lenguaje pone a nuestra disposición para comunicarnos y no solo informarnos. Su utilización correcta, como el silencio creador, nos hace sabios.

Donuts

Quizás tanta dulcificación en el lenguaje y la creación de etiquetas, para no herir sensibilidades, puede crear una humanidad manipulable, de tal manera que ya está surgiendo una ingente muchedumbre que forma la “generación dónut”: suaves, sin aristas, dulces, esponjosos y sin centro. La rebelión de los dónuts es tan peligrosa e irracional como cualquier revolución, que comienza para potenciar la igualdad y acaba como siempre… Basta hojear la Historia, aunque en esto tampoco nos ponemos de acuerdo.

Porque el gran problema de nuestra sociedad es buscar y respetar un acuerdo, unas bases racionales sobre las que construir la convivencia. Creo que ahora preferimos la “filosofía de la ensalada mixta”, sazonada con un poco de todo, hecha de sobras, sin lógica, donde todo vale. Pero no se le ocurra decir que es mucho mejor una cosa que otra, o que tiene más valor nutricional, o que esta u otra cosa enriquecería más la ensalada que tenemos sobre la mesa. ¡No lo haga! Solo el cocinero de turno (restaurador, perdón) tiene la última palabra a la hora de sazonar un alimento único para todos.

No es lo mismo

La fuerza de la costumbre crea hábitos y, más tarde, tradiciones. Los cristianos también vamos entrando por estos menús sazonados al gusto de una mayoría determinante. A base de ceder, quizás por llorar con los que lloran y reír con los que ríen, vamos perdiendo frescura evangélica. Hablando con un joven de las palabras que nos conforman, convinimos que no era lo mismo solidaridad que fraternidad, valores que virtudes, compromiso que testimonio, transformación que conversión, tolerancia que caridad… Hay una jerarquía clara, el seguimiento de Cristo, que riza el rizo de todo lo humano para hacerlo divino. ¡Ánimo y adelante!

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