Cualquier manual de comportamiento psicológico condena de ‘facto’ la palabra dependencia, ya sea hacia personas, situaciones, objetos, o sustancias. A nivel individual, nada que genere dependencia podría resultar positivo, pero en el plano social, la realidad no es tan drástica.
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La primera referencia es la maternidad, un recién nacido necesita de los cuidados de su madre, depende totalmente de ella para sobrevivir, y es esa dependencia la que genera el vínculo inicial de lo que debería ser una sana relación afectiva.
Y si alguno en este punto podría pensar que es solo en el nivel primario de la vida, los ancianos son otro ejemplo de dependencia, si no pueden caminar, o no pueden hacer alguna actividad específica, necesitan de otro que los ayude. Entonces la necesidad se traduce en dependencia, es decir, que para que uno sea, tiene que estar el otro, que por naturaleza humana, también es.
El modelo de sociedad en Dios
La Trinidad, fiesta que celebramos hace unos días, ya revelaba este misterio antropológico en el hombre. El libro del teólogo, Enrique Cambón, Trinidad modelo social, desarrolla ampliamente este principio teológico; Dios es Padre, en Jesús que es Hijo, y éste al ser Hijo corresponde en relación de amor, en el Espíritu Santo, por lo que Dios que es amor, es comunidad, y por tanto modelo de convivencia.
Recientemente un político colombiano decía que los problemas de Venezuela deben ser resueltos por los venezolanos, y efectivamente el principio de autodeterminación de los pueblos lleva a esa conclusión, pero para nadie es un secreto que lo que ocurre en la casa del vecino afecta la propia.
La sociología ha denominado esto como interdependencia, es decir, la sana dependencia entre unos y otros, pero el asunto es que nos quedamos con la idea de Sartre, del otro, como infierno.
El cambio climático, la pandemia del Covid-19, las caravanas de migrantes y hasta la misma guerra por la invasión rusa en Ucrania debería ser suficiente para comprender que el problema de uno, afecta al otro y que nadie puede vivir aislado en lo que el papa Francisco llama “escaparate narcisista”.
Ética cristiana como camino de encuentro
De allí que la ética social cristiana proponga un camino que pueda ayudar a salir de la inercia autorreferencial del yo, y a apostar por una convivencia en el Yo – Tu, de Martin Buber, que se traduzca en nosotros.
Y el camino es la conciencia de deuda, si, esa palabrita que venía en el Padre Nuestro del castellano de nuestras abuelas, el perdonar a los deudores, pero sobre todo el saber que todos tenemos una deuda, una deuda con el otro.
Una deuda con los padres, que seguramente hicieron mil y una cosa para formarnos y educarnos; una deuda con los maestros; una deuda con la sociedad; una deuda con el país; una deuda con la naturaleza; una deuda que se traduce en interdependencia, desde y para el bien común.
La conciencia de deuda abre el horizonte al bien en el otro, y no a estar contra el otro, pues no reduce la existencia a levantar muros o abrir zanjas que separan y dividen.
Por ello, si, dependemos del otro, — al menos yo de mis alumnos—, que son los que me hacen maestro, o de mis lectores, que son los que hacen que pueda estar en este espacio, o del país que me acoge como extranjero, y hasta de Dios que es quien sostiene lo mucho o poco que pueda hacerse con la vida.
Por Rixio Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey