Como vimos la semana pasada, la mentalidad economicista, el tener claro qué es lo que queremos y hacer todos los esfuerzos para alcanzarlo, nos lleva, con frecuencia, a más sufrimiento que bienestar, porque este se alcanza mejor cuando aceptamos y amamos lo que nos sucede y lo que nos rodea, que cuando intentamos ajustarlo a nuestros deseos o apetencias.
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Aceptar y dar una paso más allá queriendo lo que nos sucede y nos rodea, nos lleva a encontrar oportunidades en lo que al principio nos parece un contratiempo. Las adversidades, aquello que no nos gusta a priori, se pueden convertir en un revulsivo que nos cambie, que nos transforme, que nos ayude a ver la vida de otra manera.
Para que esto suceda, es necesario aceptar una sana indiferencia ante las circunstancias que rodean nuestra vida. Y digo “sana”, porque no todas las indiferencias ante lo que nos trae el día a día son positivas para las personas que lo hacen.
La opción de rechazo
Cuando hablamos de indiferencia nos referimos, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua al “Estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado”. ¿Puede ser esto sano? Cuando una de las opciones es claramente negativa, perjudicial para los otros o denigrante para alguna persona, la indiferencia puede no serlo. La opción de rechazo ante el mal parece incuestionable.
Pero cuando hablamos de una indiferencia sana no estamos refiriéndonos en no sentir repugnancia hacia los delitos, las faltas de respeto, los asesinatos, la violencia… Es decir, no se trata de no sentir indiferencia o repugnancia cuando estamos ante varias opciones en las que, con claridad, algunas de ellas son malas, sino entre varias que son diferentes pero positivas.
La vida consiste muchas veces en eso, en varias opciones no negativas que se presentan ante nosotros. Alternativas que no son claramente mejores o peores, sino que algunas de ellas tienen unas ventajas y otras tienen otras. Cuando lo creemos o queremos tener todo claro, nos cerramos a las oportunidades nuevas que nos plantea la vida, descartamos a priori algunas de estas posibilidades porque optamos directamente por aquellas que pensamos que son las buenas para nosotros.
La “sana indiferencia” es esa actitud de apertura que nos hace no tener preferencias a priori, aceptar las cosas como vienen y descubrir cuál es realmente la mejor en cada momento. Eso nos abre a la sorpresa, a la plenitud de la vida, a lo que nunca alcanzaríamos si siempre nos limitamos a lo que creemos que es bueno para nosotros.