José Francisco Gómez Hinojosa, vicario general de la Arquidiócesis de Monterrey (México)
Vicario General de la Arquidiócesis de Monterrey (México)

La silla de ruedas


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Cuando mi madre cumplió 92 años, y ya con serias dificultades para caminar, planteé a mis hermanas la posibilidad de sugerirle el uso de una silla de ruedas, para nuestra salida semanal, los lunes, a un restaurante cercano a la casa familiar, en donde desayunábamos los hijos con ella.



Sus hijas reaccionaron con indignación, argumentando que, orgullosa como era, se negaría de manera rotunda a sufrir tal humillación pública. No quería que nadie se enterara, así lo aseguraban, de sus limitaciones físicas.

Terco como soy, y deseando no interrumpir el ya casi único paseo semanal de mi progenitora, me armé de valor y le pregunté si aceptaría trasladarse en ese aparato. Maticé el hecho resaltando sus bondades: ya no batallaría para subir y bajar de mi auto, tampoco para esquivar banquetas y promontorios de cemento, y hasta disfrutaría de un recorrido plagado de flores y pajaritos cantores.

Para mi sorpresa y estupor de sus crías, aceptó de inmediato y con una bellísima sonrisa. A partir de ese momento, y cual piloto de Fórmula Uno, jugaba carreritas con otra anciana vecina, buscando llegar primero al encuentro familiar. La silla de ruedas, en vez de una maldición, se convirtió en una bendición. No sé si lo mismo pasa con Francisco de Roma.

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Foto: EFE

Sus detractores, que son muchos y van en aumento, interpretan esa imagen del Pedro a bordo no de la barca que es la Iglesia, sino de un asiento con dos ruedas, los signos de la decrepitud y, por lo mismo, de su ocaso como líder eclesial.

Sin embargo, al ver la sonrisa del Papa con la que parece disfrutar sus traslados, pienso diferente: asume su situación de salud con realismo pero también con entereza. No sabemos si la medida ortopédica será temporal o definitiva, pero sí que no le está impidiendo atender su abultada agenda y hasta viajar, como en su reciente periplo por Canadá.

Si a partir del Concilio Vaticano II los Papas descendieron del trono que los separaba de los fieles, Francisco ya utiliza una nueva sede: la de la vulnerabilidad y no de la soberbia, la del servicio y no del poder, que le permite recorrer los pasillos del Vaticano y las sendas del mundo entero.

A final de cuentas, nos está demostrando que, para seguir impulsando la transformación de la Iglesia, no se necesita de rodillas sanas, sino de un corazón sensible y una mente brillante.

Pro-vocación

En México decimos: “el que se ríe, se lleva”, es decir, se involucra, con los riesgos que ello implica, con las consecuencias de tales humoradas. Ante el proceso sinodal que estamos viviendo, podríamos adaptar el dicho de la siguiente manera: “el que pregunta, se aguanta”. Si queremos que los fieles y las personas de buena voluntad, sin distinciones ni rangos, opinen sobre la marcha de la Iglesia, no sólo hay que soportar sus asertos y sugerencias, sino digerirlos y darles seguimiento. Ojalá.