No ha habido ningún movimiento de la Iglesia posconciliar tan potencialmente transformador como el que gira alrededor del Sínodo de la sinodalidad. La convocatoria sinodal es exigente, dadas las divisiones y exclusiones que padece nuestro mundo y que ha sufrido la Iglesia.
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Nos propone que nos reencontremos con todos aquellos con los que, por diversos motivos, la Iglesia no ha logrado mantener proximidad. El camino de la sinodalidad nos pide que nos acerquemos, acojamos, conversemos, escuchemos con humildad. No hay excusa para no intentarlo. Sin embargo, muchas diócesis y parroquias buscan no remover mucho las aguas, van a medio gas.
Es imprescindible sanar heridas con aquellos grupos a los que se ha expulsado o no se atiende por parte de las curias episcopales o los párrocos. Hay todavía, por ejemplo, prestigiosas revistas cristianas que durante décadas han sido ignoradas y siguen marginadas por los obispos del lugar.
Durante muchos años ha habido purgas que han expulsado a comunidades enteras de laicos por sus opiniones o para favorecer determinados movimientos. Uno de los casos más hirientes fue la destrucción de la gran plataforma diocesana de Agentes de Pastoral Juvenil (APJ) que creó Tarancón en Madrid, que reunía a miles de jóvenes animadores pastorales, junto con un centenar de comunidades laicales. Fueron sistemáticamente expulsadas de las parroquias. Si no se hubiera cometido aquel atropello, hoy probablemente Madrid tendría comunidades vivas en la mitad de sus parroquias.
Oportunidad histórica
La sinodalidad es una oportunidad histórica para la reconciliación eclesial. Estas heridas no son remover el pasado, sino que siguen a flor de piel. Es preciso que cada obispo y cada párroco se pregunten qué grupos, comunidades, centros, revistas, asociaciones, scouts o proyectos han sufrido la exclusión y desatención durante las últimas décadas y dén el primer paso para el reencuentro.