Estamos en una sociedad en la que se sobrevalora (desde mi punto de vista) la innovación. Todo tiene que ser nuevo, diferente, rompedor. Nuevos lenguajes, nuevas actividades, nuevas maneras de comunicarse, nuevos instrumentos tecnológicos. Parece que lo nuevo es lo importante, cambiar, ser creativo, hacer cosas como nunca antes se habían hecho.
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Y, no lo voy a negar, hacer cosas nuevas es interesante ¿Por qué no? Yo mismo lo utilizo. Me doy cuenta cuando escucho a los demás, para que me entienda, muchas veces tengo que decir lo que siempre se ha dicho de otra manera. Porque con frecuencia los lenguajes se quedan obsoletos y dejan de transmitir bien su mensaje. Por ello, intento decir lo mismo de siempre de otra manera, para que llegue más fácilmente. Es la manera de sorprender con lo de siempre, con lo que no cambia.
No hay que olvidar que las cosas importantes de la vida son las mismas ahora que hace dos mil años. Por eso podemos encontrar sabiduría y enseñanzas en textos que fueron escritos hace tantos años para personas que vivían en un entorno que poco se parecía al de nuestras ciudades y pueblos. Hay cosas que no cambian, que se mantienen. Lo importante, lo realmente clave en nuestras vidas, aquello que nos lleva a la vida plena, es lo mismo ahora que hace cuatro siglos o dos milenios. La forma que adquiere puede tener diferencias, pero la esencia no cambia, es la misma.
Por eso, en Taizé no se busca sorprender, no se quiere impactar de manera emocional por algo inesperado o forzando el cansancio y el lado sentimental de las cosas. Allí lo importante no varía, en el transcurrir de la semana que se pasa allí se hace más o menos o mismo que hace treinta y un año. Los árboles están más altos que entonces, hay más vegetación y está todo, si cabe, más bonito. Pero los tiempos y la estructura de las oraciones son los mismos, la comida es más o menos la misma (ah, la comida de Taizé, es toda una experiencia, he de confesar que me encanta…) las introducciones bíblicas siguen la misma pauta… Los cambios son casi imperceptibles.
Dejar actuar a Dios
Entonces ¿Cómo se puede sorprender a los jóvenes? ¿Cómo se les puede dar algo que les llegue, que les ayude a incrementar su fe? Estructurándolo todo para facilitar el encuentro con Dios: Los silencios, las introducciones bíblicas, el encuentro con otros jóvenes, el canto, las noches en el oyak… Y Dios siempre sorprende, a través de otro joven que vive cosas parecidas a las mías, a pesar de estar en otro país y hablar otro idioma, en las personas que me ayudan cuando monto la tienda o cuando tengo un problema, en los ratos de silencio en la Iglesia, en los momentos de compartir o de pasear. La sorpresa no es premeditada, no es calculada, nadie la ha preparado para mí. Simplemente han dejado el espacio para que se de, para que cada persona esté atenta y pueda darse cuenta de que la tiene delante. Todo consiste en dejar actuar a Dios y no sustituirle con nuestra programación y nuestras actividades.