La semana pasada hablábamos sobre cómo el BCE no cuenta con unos instrumentos adecuados para luchar contra esta inflación. Además, de ello, hay que resaltar que si los utiliza para intentar frenar un poco la inflación, va a provocar una bajada del crecimiento económico mayor de aquella a la que está llevándonos en este momento de subida de precios.
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Algunos pueden pensar que esto es correcto, es decir, que el gran incremento de los precios de la energía nos pueden llevar a que consumamos menos y que la consiguiente elevación de precios que se va a dar en otros bienes, servicios y experiencias, hará que también se rebaje el consumo de estos bienes y nos ajustemos en otro punto de equilibrio del mercado con mayores precios y menores cantidades intercambiadas.
Esta visión, sin embargo, olvida el sufrimiento que esto puede traer en muchas personas que pueden llegar a sacrificar parte de su alimentación, la posibilidad de calentar sus casas en invierno o la de poder llevar a sus hijos al dentista. Los ajustes de mercado que quedan muy bonitos y elegantes en las gráficas y en los análisis que utilizamos los economistas, esconden realidades dramáticas en las que hay gente que está sufriendo y que vive situaciones perjudiciales para ellos y los suyos. Por ello, creo que es necesario actuar para evitar los efectos perniciosos de esta inflación en las economías de las personas, especialmente aquella que afecta al precio de la electricidad.
Para ello creo que deberíamos modificar el sistema de fijación de los precios de la energía. El sistema actual puede ser relativamente bueno cuando estamos en situaciones normales (esto también podría cuestionarse, pero la experiencia nos ha mostrado que cuando las cosas están relativamente estables, no tiene por qué ser un sistema demasiado malo), pero cuando nos encontramos con situaciones anormales como vemos desde hace un año (especialmente en el mercado del gas, aunque también en el de los hidrocarburos) se ha dado una escalada de los precios de la energía a pesar de que los precios de producción se han mantenido iguales (salvo en el caso del gas).
Ganancias históricas
Todo ello se traduce en unos elevados beneficios para los productores que, al vender la energía hidroeléctrica (por ejemplo) al precio del gas, consiguen unos márgenes de beneficios que van a suponerles unas ganancias que pueden ser históricas. Al mismo tiempo, el Estado gana también por los impuestos que se imponen a un consumo de energía carísimo en estos momentos.
Ante una situación así, sería conveniente volver a cambiar las normas de fijación de precios en el mercado de la electricidad, de manera que el alto precio del gas no provocase un incremento igual de toda la electricidad aunque se produzca por otros sistemas alternativos. Cambiar el sistema de subastas puede ser uno de los sistemas adecuados para luchar contra la inflación actual.