Siendo el misterio una inexorable dimensión de lo humano de la que nuestro tiempo debe recobrar conciencia, tampoco se debe hipermisterizar de modo artificioso.
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La intuición central de Benedicto XVI fue buscar, nutrir y acompañar la relación personal diaria con Jesús, Dios Padre y el Espíritu. Avivar y suscitar esa revinculación trinitaria del corazón y la vida es el mayor reto de toda innovación misionera y pastoral.
El desafío es redescubrir la dimensión del Misterio de Dios en el interior de cada cosa de la vida. La gran Noticia que anuncia Jesús es que el Reino de Dios está siendo construido ya en cada hora y don del día a día.
Saciar la sed de misterio
Otras religiones han recorrido otras vías que hoy aparecen de nuevo, tentadoras, para saciar la sed de misterio. Hay de ello en la organización de retiros que toman elementos de los misterios iniciáticos de Eleusis con sus pasadizos, ojos vendados, teofanías forzadas en la figura sacerdotal, formatos melodramáticos, hipersentimentalismo, teatralidad… Se deprime a la persona haciendo aparecer todo su ser como pecador, para enfatizar a un Dios del poder y una insana ultradependencia. Muy lejos de la experiencia de Emaús, Pentecostés o Jesús con los pescadores.
Tampoco ayuda la devoción absolutista a un Jesús que parece tener su ‘casita’ en el sagrario y que se entristece si no se le “visita”. Hay en ello un antiguo recurso a la estancia santa de las religiones precristianas. Todas las horas y caminos son santos, y esa es la originalidad evangélica, el modo de Jesús. Hay en esa nostalgia de los objetos y espacios numinosos una reacción contra la desmisterización de la existencia, pero el seguimiento de Cristo nos lleva a buscar y hallarlo resucitado en todas las cosas.
Las regresiones a formatos iniciáticos u objetualizados de los misterios son una vía que nos devolverá a un antiguo punto ya conocido de corto recorrido dado el gran horizonte de la evangelización.