JUEVES 16. La Plenaria toca a su fin. Comento mi extrañeza por alguna que otra votación de última hora. Mi interlocutor comparte preocupación. “En fin, mucha esperanza”, me deja caer.
VIERNES 17. Me bloqueo. Hasta tal punto que el atasco provocado por la salida del puente se me hace un mundo. Entre el enjambre de coches, por unos segundos imagino la escena con la que despierta La,la,land. Pero la prosa del asfalto madrileño sepulta cualquier canturreo. En apenas cien metros, una salida. La tomo. Recorro varios kilómetros por una carretera comarcal. Más de los que me corresponderían para llegar a mi destino. Pero lo hago sin retenciones. Quizá por la autovía habría llegado a la misma hora. No era cuestión de atajos, sino de abrir caminos, buscar otras vías. Desbloquear.
SÁBADO 18. Sandra se compró un loft hace unos meses. Lo iba a alquilar, pero cada vez que se escapa a visitarlo, acaba con un té en la mano, visualizando el salón, donde situaría su sillón de lectura y su mesa de escritorio. Hasta se ha llevado una alfombrilla que le regalé. Vida proyectada en un espacio. El futuro reclama al presente en una sala desnuda.
DOMINGO 19. De forma recurrente, cuando quienes me quieren me intentan azuzar, me acusan de ser “blandito” en el trato hacia otros, echan de menos más mordacidad en mí. Por un momento, me sitúo de nuevo en San Pedro. Hace justo cuatro años. No quise subir a la tribuna de prensa. Sentado en los adoquines, en medio de la Plaza. Inicio de Pontificado. Escucho una frase del recién estrenado Papa. Hasta hoy, más que una jaculatoria o un pepitogrillo. Palabra de Francisco. Lema vital. “La ternura no es signo de debilidad”.
MARTES 21. Hora del café. América tiene 88 años. La edad suma fuerza y simpatía a una mujer de apariencia frágil. “Observa cómo la mira su hija”, me susurra Sonia. Su hija es Olvido Gara, Alaska. Me detengo en la escena. Se mezcla contemplación, admiración y agradecimiento. No es el día de la madre, pero como si lo fuera. A buen seguro que, para ella, cada jornada lo celebra como tal. Fin del encuentro. América se apoya en su hija para abandonar la sala. No soporta una carga. Arropa. Sin pensarlo pronuncio un: “¡Cómo la mima!”. A Jesús no se le escapa una y me corrige: “No la mima, la cuida”.
Publicado en el número 3.029 de Vida Nueva. Ver sumario