Es necesario volver a escribirlo para leerlo nuevamente: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.” (G.S. 1) Quizás sea una de las frases más citadas de los documentos del Concilio Vaticano II, pero pasados más de cincuenta años cabe preguntarse si no es también de las más olvidadas.
Incluso en estos últimos años en los que el papa Francisco ha insistido tanto en temas como la misericordia o la cercanía con los que sufren, parece que para muchos aquella frase conciliar ha dejado de ser el punto de referencia. En los documentos oficiales, los discursos y homilías o en las publicaciones en general, es fácil observar una continua referencia a “los problemas de la Iglesia” más que a las esperanzas y angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Es comprensible. Los “problemas de la Iglesia” son muchos y muy urgentes, pero es necesario recordar que no es lo mismo hablar de una cosa que de la otra. Por ejemplo: que los jóvenes se alejen de la Iglesia es “un problema” para la Iglesia, pero no necesariamente para los jóvenes. Si queremos acercarnos a ellos habría que escuchar y atender a lo que a ellos preocupa, no a lo que le preocupa a la jerarquía de la Iglesia con respecto a ellos.
Las familias necesitan una palabra
Los sínodos sobre la familia culminaron en la extraordinaria exhortación apostólica ‘Amoris laetitia’, en la que se expresa la problemática que viven las familias en la actualidad. Pero si el paso siguiente es preguntarnos cuáles son los desafíos pastorales que esas problemáticas plantean, sutilmente desviamos la atención hacia un problema de la Iglesia y no de las familias. No es un problema de las familias de nuestro tiempo la cuestión de cómo la Iglesia llega hasta ellas; ese es un tema de la Iglesia. Lo que las familias necesitan es una palabra sobre sus “gozos y esperanzas, tristezas y angustias”.
Algo similar puede ocurrir con el sínodo de los jóvenes. Seguramente el Papa ilumine la situación de los jóvenes con un enriquecedor mensaje. Pero debido a la gran dificultad de obispos, sacerdotes y otros agentes de pastoral para llegar a los jóvenes, es probable que ese problema de cómo llegar a ellos se convierta en el centro de las reflexiones. Entonces en lugar de hablar de la vida de los jóvenes y sus desafíos comencemos a discutir sobre cómo transmitirles el Evangelio o el mensaje de Francisco. Eso también hay que hacerlo, pero para poder concretarlo lo que importa es responder a las inquietudes que ellos tienen, no a las dificultades de las estructuras pastorales para llegar hasta ellos.
Cuando el Papa habla de abandonar la “autorreferencialidad” y atreverse a ir hacia “las periferias existenciales”, o cuando utiliza la famosa imagen del “hospital de campaña”, está urgiendo a mirar “hacia afuera”, hacia lo que están viviendo los hombres y las mujeres de nuestro tiempo. No habría que confundir eso con “un problema pastoral”, que por urgente e importante que sea sigue siendo un problema “de adentro”, una cuestión que debe ocupar y preocupar a quienes tienen responsabilidades pastorales pero no necesariamente a quienes tienen otras inquietudes y urgencias.
Un problema pastoral
Está claro que detrás del “problema pastoral” hay una búsqueda de responder a las necesidades de las personas a las que las diferentes pastorales se dirigen, pero no son dos cuestiones idénticas. Acostumbrados a movernos en el plano de lo pastoral fácilmente confundimos ambos niveles y creemos que ocupándonos de “cómo llegar” a quienes queremos dirigirnos, creemos que ya estamos respondiendo a sus inquietudes.
La cuestión también es importante para las publicaciones o medios de comunicación eclesiales, en ellos abundan las preocupaciones pastorales pero no siempre el tratamiento profundo y actualizado de “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo”.